La jornada, 30 de agosto de 2005
Los terremotos que sacudieron la ciudad de México en 1985 no sólo provocaron muertes y destruyeron edificios, sino también resquebrajaron los cimientos de las estructuras de control y representación social. De los escombros de la metrópoli surgió una nueva percepción del Estado y de las potencialidades transformadoras de una sociedad organizada. Sin embargo, hoy, veinte años después, los nuevos actores sociales, los liderazgos políticos emergentes y la cultura de participación ciudadana nacidas con la tragedia han entrado en crisis y descomposición. Lo nuevo se ha vuelto viejo a una velocidad pasmosa.
La respuesta de la población a la tragedia, su solidaridad con las víctimas, su capacidad para hacerse cargo de mantener el orden en la urbe y encargarse de las tareas de rescate, mientras el gobierno federal se sumía en el desconcierto y la inactividad, sembraron en la capital las bases para una nueva cultura antiautoritaria y autogestiva. La desdicha quitó ante el mundo y ante muchos mexicanos el maquillaje modernizador y democrático con el que la elite política quería cubrir el verdadero estado de la nación, mostrando su verdadera cara. La labor humanitaria se politizó y de esta conversión nació uno de los grandes mitos que alimentaron la conducta de la izquierda en todo el país: las potencialidades transformadoras de la sociedad civil.
En unos cuantos días surgieron multitud de organizaciones sociales por barrio, articuladas en la Coordinadora Única de Damnificados (CUD), que se convirtieron en los principales interlocutores de los damnificados ante el Estado y la cooperación internacional. Cientos de ONG brotaron como hongos. Se incubó una nueva camada de líderes sociales ajenos al PRI que al poco tiempo se convirtieron en prominentes dirigentes políticos. Todos desempeñaron con el paso de los años un papel central en la democratización de la ciudad de México y el crecimiento de la izquierda partidaria.
Si hasta entonces la Coordinadora Nacional del Movimiento Urbano Popular (Conamup) había sido la principal organización de defensa y representación de los pobres urbanos, de las familias sin vivienda en grandes ciudades y de los inquilinos de bajos ingresos en el país, su incapacidad para reaccionar frente a los retos del desastre provocó que sus dirigentes quedaran prácticamente fuera de la reconstrucción de la ciudad y perdieran su papel de dirección del proceso.
El nuevo protagonismo de la base provocó también transformaciones importantes en la política gubernamental. El autoritarismo y la cerrazón tradicionales para resolver demandas de organismos que no estuvieran encuadrados en organizaciones priístas dieron paso a un esquema de relación con las fuerzas emergentes basado en la participación de la comunidad y la corresponsabilidad entre el Estado y los ciudadanos. No es casual que Manuel Camacho, actualmente una de las figuras claves alrededor de Andrés Manuel López Obrador, fuera el funcionario público encargado por el gobierno de Miguel de la Madrid de diseñar la estrategia para atender el descontento de las víctimas de los terremotos...