La Jornada, 14 de agosto de 2018
No es sólo una sonrisa para la foto. No. El gesto de satisfacción que se ve en el rostro de Alfonso Romo en Agromod es genuino. Es la rúbrica del vencedor. Está en Tapachula, Chiapas, en su empresa, ataviado con una aséptica bata blanca, rodeado de sus trabajadoras, tan risueñas como él, justo atrás de donde se encuentra el futuro presidente de México.
Agromod, la compañía de tecnología alimentaria propiedad del futuro jefe de la Oficina de la Presidencia donde se tomó la fotografía, es una pieza clave de su emporio. La presencia de Andrés Manuel López Obrador allí no fue accidental, sino parte del trabajo de campo del presidente electo para reforestar un millón de hectáreas. Una iniciativa que coincide con la visión del desarrollo de la región que tiene Romo. Según él, la inversión forestal en el sureste, es la manera más barata para México de llevar riqueza al campo. No son palabras. El magnate ha invertido en biotecnología y agronegocios en Chiapas desde 1992. En 1996 confesaba que su proyecto en ese estado es el que más me gusta de todos mis negocios.
Pero no es sólo Chiapas. El campo es el campo de Alfonso Romo. Regiomontano de corazón nacido en Ciudad de México, sintió vocación por el mundo rural. Estudió para ingeniero agrónomo en el Instituto Tecnológico de Monterrey, para modificar el artículo 27. En 1996 declaró a Expansión que este artículo constitucional ha sido lo más nefasto que hemos tenido en este país. Según él: mientras estuvo vigente el artículo 27 constitucional, 45 por ciento de la población no se benefició de sus tierras durante 60 años porque la ley no se lo permitía.
Su comprensión del mundo campesino e indígena es muy peculiar. “Los campesinos mexicanos –dijo– no están acostumbrados a pelear 10 horas diarias”. Quiere ver a los indígenas moralmente responsables, pero no tolera las deshonras a la patria, los abortos, las faltas a la moral en el libre derecho por la vida. Asegura que en la selva Lacandona hay tribus. Y quiere ayudar a los indígenas a ser buenos mexicanos.
Su incursión en el mundo de los agronegocios ha sido una especie de rueda de la fortuna. A veces está arriba, en ocasiones abajo, pero siempre montado en ella. Adquirió en 1987 Cigarrera La Moderna, para venderla, 10 años después, a British American Tobacco. Fundó Seminis, que logró controlar 22 por ciento del mercado internacional de semillas. Pero, en medio de un escandaloso pleito con su suegro Antonio Garza Lagüera, tuvo que entregársela a Monsanto, para cubrir parte de una deuda millonaria. Llegó a controlar 22 por ciento del mercado internacional de semillas.
Sus inversiones en la industria cigarrera no le provocaron dudas morales. Según él, “las campañas del tabaco han sido muy exageradas […] No es posible que haya más publicidad contra el tabaco que contra la droga, la homosexualidad o la pornografía”...