Ayotzinapa, la chispa de la esperanza

La Jornada, 24 de septiembre de 2019

A cinco años del ataque contra los normalistas de Ayotzinapa se han publicado alrededor de 40 libros sobre la tragedia, quizás más. Unos reúnen conmovedoras poesías dedicadas a los padres de familia y a los 43 jóvenes desaparecidos. Otros recopilan artículos periodísticos aparecidos al calor de los hechos. Algunos compilan ensayos académicos. Otros más sirven para difundir grabados, dibujos o fotografías.

También se han producido series de televisión dedicadas a la noche de Iguala, reportajes, documentales y películas. Los programas de radio sobre este asunto suman una legión. Los murales, carteles, exposiciones pictóricas, instalaciones artísticas, grafitis y esculturas sobre los jóvenes estudiantes son abundantes. Lo mismo puede decirse de las canciones y espectáculos de danza.

Pocos hechos sociales como la desaparición forzada de los 43 han suscitado una ola tan grande de creatividad en el periodismo y las artes. El dolor, el ejercicio de la memoria que no disfraza ni idealiza, el afán de mantener viva la llama de una historia inconclusa, el deseo de abrazar a los familiares de los desaparecidos en su desolación han sido materia prima para una creación incandescente.

Pero no todos los libros sobre la noche de Iguala tienen el mismo valor periodístico. Sucede con ellos lo que Henning Mankel explica en La falsa pista. Según el literato sueco, hay dos tipos de escritores (periodistas). Uno es el que cava la tierra en busca de la verdad. Está abajo en el hoyo echando la tierra hacia arriba. Pero encima de él hay otro hombre devolviendo la tierra abajo. Él también es periodista. Entre ambos siempre hay un duelo. La lucha de fuerza del tercer poder por el dominio que nunca acaba. Tienes periodistas que quieren informar y descubrir. Tienes otros que ejecutan los recados del poder.

Hay libros que fueron publicados para justificar el relato de la verdad histórica del procurador Jesús Murillo Karam. A pesar de estar envueltos en el aroma de una prosa elegante, no pueden tapar el inconfundible aroma de las cañerías del poder. Pretenden ocultarlas mentiras con artificios de verosimilitud. Apuestan a que la ilusión de los poderosos de que el asunto se entierre se haga realidad con maquillajes literarios.

Otros, en cambio, aspiran a dar voz y rostro a las víctimas y a sus familiares. Elaboran una narrativa veraz que pone en papel los sueños, las aspiraciones y deseos de un grupo de muchachos que se preparaban para ser maestros rurales, en una escuela de pobres para pobres. Van al lugar de los hechos y confirman los acontecimientos. Siguen la máxima del maestro rural y periodista salvadoreño refugiado en México René Arteaga: Cuando te mienten la madre, checa la fuente, no vaya a resultar una volada...