La Jornada, 20 de septiembre de 2011
Entre los resultados inmediatos de la Caravana al Sur se encuentra haber construido un puente visible entre los viejos agravios del poder y la nueva inseguridad pública. Familiares de las víctimas de la guerra sucia que exigen justicia, comunidades indígenas que padecieron la represión de paramilitares y Ejército se encontraron y reconocieron con los parientes de los desaparecidos de la guerra contra el narcotráfico de Felipe Calderón.
Durante el recorrido, el clamor por detener la guerra que comenzó a escucharse en Ciudad Juárez se fundió con las denuncias de añejos y nuevos abusos de soldados en Guerrero, Oaxaca y Chiapas. Antes de que el Ejército saliera a las calles de Chihuahua, Nuevo León o Sinaloa, patrullaba ya muchas regiones indígenas y había convertido a Chiapas en un inmenso cuartel. La novedad de la caravana fue que le dio la historia y contexto del sur a la actuación de las fuerzas armadas en el norte.
El encuentro entre ambos agravios no fue siempre fácil. Si una de las primeras bajas de la guerra contra el narcotráfico de Felipe Calderón han sido los derechos humanos, en el sur profundo su violación es un hecho histórico y frecuente. Antes, a lo que ahora que ha adquirido carta de naturalización se le llama violación a los derechos humanos, se le nombraba represión gubernamental. Y muchas organizaciones populares que en el sur luchan por demandas inmediatas la sufrieron y la siguen viviendo. Ellas tienen un lenguaje, una cultura organizativa y una identidad construidas a lo largo de muchos años que son diferentes a los del Movimiento por la Paz y al de Javier Sicilia. De manera que, en ocasiones, algunos actos parecieron convertirse en una moderna versión de la Torre de Babel, en la que esclarecidas vanguardias se empeñaron en mostrar a los caravaneros la verdadera ruta al Palacio de Invierno.
A pesar de ello, en diversos puntos del extenuante recorrido, caravaneros y organizaciones populares debatieron sobre un cuestionario esclarecedor del que saldrá un diagnóstico más o menos compartido. Las preguntas a las que buscaron dar respuesta son: ¿Cómo nos está afectando la Guerra contra el narcotráfico? ¿Cómo estamos enfrentando la guerra? ¿Cómo nos estamos organizando para detenerla? ¿En qué coincidimos y en qué no coincidimos en nuestras estrategias para frenarla? ¿Qué actos de acción y resistencia podemos hacer juntos para detener la guerra y construir la paz?
La caravana mostró públicamente la grave inseguridad queviven los pueblos indígenas, los migrantes indocumentados centroamericanos y los pobres de México. El secuestro y la extorsión no son privativos de los sectores acomodados.
Maestros, trabajadores asalariados y campesinos deben pagar cuotas a delincuentes para conservar sus vidas y sus pequeños patrimonios, en un siniestro pacto de impunidad, en el que los criminales actúan protegidos por autoridades y policías...