La Jornada, 01 de julio de 2008
Convertida en gobierno, la izquierda partidaria se ahoga en el pantano de la seguridad pública. Decidida a no dejar en manos de la derecha tan espinoso asunto, no encuentra la forma de elaborar una política propia. En los hechos ha terminado tomando medidas que casi no se diferencian de las aplicadas por la derecha.
El 27 de junio de 2004, la iniciativa conservadora para capitalizar el descontento social por los altos índices de criminalidad, puso a la administración de Andrés Manuel López Obrador contra las cuerdas. Hoy, cuatro años después, la tragedia precipitada por el operativo policiaco en la discoteca News Divine ha acorralado al gobierno local.
En 2004, cientos de miles de ciudadanos, convocados por la mediocracia y hartos del avance de la delincuencia, tomaron las calles de la ciudad de México. Poco importó que el Gobierno del Distrito Federal hubiera contratado los servicios del controvertido ex alcalde de Nueva York, Rudolph Giuliani, y echara a caminar un programa de cero-tolerancia. Cinco meses más tarde, el 23 de noviembre, el linchamiento de tres policías a manos de una turba enfurecida en San Juan Ixtayopan precipitó la caída del entonces jefe de la policía capitalina, Marcelo Ebrard. La lección que el Partido de la Revolución Democrática sacó fue no dejarse ganar nunca más este crucial punto de la agenda política.
Así las cosas, con el pretexto de la lucha por la seguridad pública y preocupadas por no parecer débiles, las autoridades del Distrito Federal lanzaron una batalla contra el hampa que muy pronto se convirtió en una campaña de hostigamiento permanente y sistemático hacia los jóvenes, sobre todo de escasos recursos. Basta ver cómo los tratan las diversas policías en sus lugares de residencia, en paraderos de microbuses y en sus centros de encuentro y diversión. El abuso policial contra los adolescentes es un hecho cotidiano, sobre todo cuando forman parte de alguna tribu urbana.
Durante décadas, los muchachos de los barrios populares y las colonias periféricas de la capital hicieron de las calles su espacio principal de convivencia y diversión. En ellas jugaban futbol, escuchaban música, bebían caguamas y “cotorreaban”, actividad que ciertamente incomodaba a otros vecinos. Desde hace unos años es común que las patrullas impidan de mala manera esta forma de relación. Los patrulleros apañan y extorsionan a los adolescentes acusándolos de beber en la vía pública o escandalizar...