El papa Francisco y los pueblos indios

La Jornada, 16 de febrero de 2016

Desde hace más de cinco siglos, la Iglesia católica latinoamericana y la lucha indígena caminan de la mano. En la guerra de exterminio contra los pueblos indios el catolicismo ha sido simultáneamente instrumento de dominación y espacio de resistencia. La visita del papa Francisco a San Cristóbal de Las Casas está inscrita en esta compleja dialéctica.

Al reflexionar sobre la conquista inconclusa de América Latina, el filósofo Bolívar Echeverría advirtió que los evangelizadores representan el momento autocrítico de la conquista. Ellos afirman que esos humanoides americanos, que debían ser en principio aniquilados y sustituidos, son seres humanos plenos, que tienen la misma jerarquía ontológica e incluso una jerarquía moral mayor que los propios conquistadores. Sostienen la posibilidad de que exista algo así como una conexión y un diálogo, una mixtura y una simbiosis, un enriquecimiento mutuo de su propia forma civilizatoria y la de los aborígenes. Esta utopía, principalmente de los franciscanos en el siglo XVI, fracasa en ese mismo siglo, pero a mismo tiempo queda esbozada como contratendencia.

¿Es Francisco heredero de esta contratendencia? Quizá sí, a juzgar por su homilía en la antigua Ciudad Real, por la Encíclica Laudato si: sobre el cuidado de la casa común, por su llamado a pedir perdón a los pueblos indios (que ya había hecho en Bolivia) por la exclusión e incomprensión y su petición a cesar la opresión contra ellos.
No es casual que lo haya hecho en el sureste mexicano. Decía el historiador y antropólogo Andrés Aubry que, en Chiapas, la Iglesia católica “nació rebelde porque el fundador de la diócesis, fray Bartolomé de Las Casas, fue condenado por el rey y la Inquisición en 1570. ¿La razón? Entre muchas otras, pero la mayor: su tesis de que la soberanía del continente es de los indios…”

El Chiapas que fray Bartolomé forjó, una de las cunas de la conciencia moderna de los derechos humanos, fue –recuerda Aubry– la tribuna mundial de los indígenas. Dejó de ser el refugio de los encomenderos prepotentes para convertirse en la Iglesia popular desde la cual hablan los explotados.

Se trata de una Iglesia popular nacida de la fuerza de la identidad y cultura indígenas, de su capacidad para impactar las instituciones eclesiales, que renace en la década de los 60 del siglo pasado, durante el obispado de Samuel Ruiz. En esa época convergieron un proceso de reconstitución de los pueblos indios, con el Concilio Vaticano II y la II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano realizado en Medellín. El mismo don Samuel Ruiz fue atravesado por esa dinámica. “Yo creía –confesó– que me habían enviado a Chiapas para evangelizar a los indígenas, y resulta que he sido yo el evangelizado por ellos.”...