La Jornada, 08 de enero de 2013
Ignorancia, pérdida de memoria o mala leche son algunas de las razones que explican las opiniones de quienes aseguran que el zapatismo es una creación de Carlos Salinas de Gortari, o que dejó de luchar durante los gobiernos de Vicente Fox y Felipe Calderón y acordó un entendimiento con ellos. No hay un solo hecho que justifique esas acusaciones.
Si una fuerza descarriló el proyecto de poder transexenal de Salinas esa fue el EZLN. Si un movimiento abolló la corona del mandatario que pretendía pasar a la historia con bombo y platillo, ese fue la rebelión indígena del sureste.
El balance que el zapatismo hace sobre la forma en que 12 años de administraciones de Acción Nacional, en general, y seis de Felipe Calderón en particular, encararon el desafío del EZLN no hace concesión alguna. Su juicio es sumario: fracasaron.
Ironías de la historia –advierte el subcomandante Marcos–: el Partido Acción Nacional (PAN) pidió en enero de 1994 que se aniquilara a los rebeldes porque amenazaban sumir al país en un baño de sangre y, ya hecho gobierno, llevó el terror y la muerte a todo México. Y sus legisladores votaron contra los acuerdos de San Andrés porque significaban la fragmentación del país, sólo para terminar entregando una nación hecha pedazos.
El apretado saldo de dos sexenios panistas que hacen los rebeldes remata los 12 años de resistencia que protagonizaron contra ellos. Resistencia que combinó movilizaciones nacionales de gran aliento con la construcción de la autonomía sin pedir permiso en sus territorios; la denuncia de los gobiernos de Vicente Fox y Felipe Calderón con el desarrollo de ideas precisas sobre la necesaria relación entre ética y política, y sobre la teoría y la práctica.
Es absolutamente falso que los zapatistas hayan dejado de luchar durante estos últimos 12 años. En marzo de 2001 realizaron la Marcha del Color de la Tierra, la movilización por el reconocimiento de los derechos y la cultura indígenas más importante en la historia del país. Despachaba ya en Los Pinos Vicente Fox y sus voceros insistían en que la lucha del EZLN no tenía ya sentido porque se había consumado la alternancia política.
En aquella ocasión, lejos de dar solución a las demandas de los zapatistas y abrir la puerta a la solución del conflicto, la clase política en su conjunto decidió no cumplir los acuerdos de San Andrés. A cambio, legisló una reforma constitucional que no reconoce a los pueblos indígenas el derecho al territorio, el uso y disfrute colectivo de los recursos naturales, a las comunidades como entidades de derecho público, el respeto al ejercicio de la libre determinación de los pueblos indígenas en cada uno de los ámbitos y niveles, y muchos otros puntos más pactados. Meses después, la Suprema Corte de Justicia de la Nación se negó a reparar el daño causado...