Elba Esther y los dos Carlos

La jornada, 22 de julio de 2003

El león (o la leona) cree que todos son de su condición. Acosada por una cobertura informativa que puso al descubierto los intereses que representa, Elba Esther Gordillo rugió y puso en duda la honorabilidad de La Jornada. Al reportero Enrique Méndez le gruñó: "Yo sé cómo se comporta ese hombre (Manlio Fabio Beltrones), cómo compra todo". Obsesionada por su legitimidad de origen, prescindió de su frase favorita para los momentos en los que su honorabilidad está en duda: "Hay aves que cruzan el pantano y no se manchan". Prefirió, para la ocasión, soltar un dramático zarpazo: "Yo también tuve hambre, pero nunca vendí mi conciencia".

No hay novedad alguna en su respuesta. Recién ungida dirigente sindical del magisterio y abrumada por las fuertes críticas en su contra, instruyó a sus subordinados en el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE) sobre el trato que había que dar a los medios. A la prensa -les dijo- se le controla de dos maneras: con información o con dinero.

Fiel a su máxima, su generosidad ha sido desde entonces proverbial. Conferencias pagadas, publicaciones de libros, viajes, comidas en restoranes lujosos, regalos, asesorías, trato político privilegiado son algunas de las contribuciones de la líder moral del gremio magisterial a varios informadores y formadores de opinión pública. Y, desde su particular concepción del mundo, sus críticos deben ser medidos con la misma regla que ella aplica: si se señalan sus defectos, errores y los compromisos a los que sirve, se debe a que sus enemigos se comportan tal como ella. Lo dicho: el león cree que todos son de su condición.

El derroche ha llegado a tal punto que varios de los líderes de sindicatos de la enseñanza de países ricos invitados a las conferencias internacionales del SNTE, acostumbrados a viajar con sus propios recursos, han quedado escandalizados con los regalos depositados en sus habitaciones en los hoteles de cinco estrellas donde son hospedados.

Ya desde antes algunos se habían sorprendido del lujo que rodeaba a la maestra. En 1990, en Washington DC, durante un almuerzo con los dirigentes de la American Federation of Teachers, la esposa del secretario de relaciones de ese organismo gremial preguntó a su compañero de asiento, entre sorprendida e indignada, si la lideresa mexicana era realmente profesora. "Es que -confesó a su interlocutor- yo trabajo en una boutique de lujo aquí en Washington y sé cuánto cuesta la ropa que esa señora trae encima. Y créame, eso no se puede comprar con el salario de una maestra por más bien pagada que esté..."

Esa riqueza y ese dispendio -inmorales en un gremio cuya mayoría apenas alcanza sueldos de cuatro salarios mínimos mensuales y completa sus ingresos como taxistas o vendedores al menudeo- provienen, según la profesora Gordillo, de la herencia de un mítico abuelo dedicado a la venta de licor en su natal Chiapas. Quienes la conocen desde sus inicios laborales ponen en duda la versión y señalan que su prosperidad coincidió con su encumbramiento en el sindicato, del que llegó a ser secretaria nacional de finanzas. Ella misma cometió un imperdonable lapsus cuando, indignada, confesó a Enrique Méndez: "yo también tuve hambre..."