En Guerrero la guerra sucia no terminó

La Jornada, 09 de octubre de 2018 

Norma Mesino es nieta, hija y hermana de víctimas de la guerra sucia en Guerrero. Desde niña vivió la feroz represión que se cebó sobre las poblaciones rebeldes de la sierra de Atoyac. Tuvimos que convivir con el Ejército –dice–, porque el Ejército tenía sitiadas todas las comunidades. Las poblaciones vivían aterradas.

Ana Acosta, su abuela, murió buscando a su hijo, Alberto Mesino Acosta, desaparecido en 1974 en el poblado de Agua Fría. Fue parte del Comité ¡Eureka!, encabezado por doña Rosario Ibarra. Su papá, Hilario Acosta, fundador de la Organización Campesina de la Sierra Sur (OCSS), estuvo preso. Su hermano, Miguel Ángel Mesino, fue asesinado en Atoyac, en septiembre de 2006, en pleno día. Y a su hermana Rocío la mataron a sangre fría, el 19 de octubre de 2013.

La OCSS, la organización a la que Norma pertenece, fue salvajemente atacada en el poblado de Aguas Blanca el 28 de junio de 1995.Fueron asesinados 17 de sus socios y heridos otros 23. Era gobernador del estado Rubén Figueroa. Desde entonces, han matado a más de 30 miembros de la organización, muchos de ellos activistas y dirigentes. Otros, como Jerónimo Hernández Refugio, están en la cárcel sin sentencia.

Hace cinco años, su hermana Rocío fue ultimada arteramente por dos sujetos a bordo de una moto. Los pistoleros le dispararon cinco balazos. El crimen se cometió a 15 minutos de un cuartel militar. La policía cubrió a los criminales.

La OCSS nació en 1994 con la demanda de la liberación de los presos políticos y la presentación de los desaparecidos, secuelas de la derrota del movimiento armado encabezado por Lucio Cabañas y la ola represiva contra la población civil que le acompañó. Los fundadores de la organización no podían quedarse callados mientras sus parientes estaban desaparecidos. “Queremos justicia. Queremos la presentación de nuestros familiares“, exigieron.

El acoso de militares, policías motorizadas y paramilitares contra la familia Mesino no ha cesado a lo largo de tres generaciones. Desde hace casi 50 años sus integrantes no han tenido un momento de tranquilidad. Ni el gobierno, ni los caciques, ni el crimen organizado los dejan en paz, a pesar de que ni Norma ni sus familiares son delincuentes. Son luchadores sociales que buscan el bienestar de sus pueblos y justicia.

Distan de ser las únicas víctimas en el estado. Hace casi un año, el pasado 14 de octubre, fue salvajemente asesinado el dirigente campesino Ranferí Hernández, compañero de lucha de Norma. Mataron también a su esposa, a su suegra y un camarada que lo acompañaba en el auto. Sus cuerpos fueron incinerados y la camioneta en que viajaban fue abandonada a menos de un kilómetro de un retén del Ejército...