Enrique González Rojo y la educación

La Jornada, 12 de abril de 2016

Enrique González Rojo es un hombre generoso. Apenas hace unos meses, en octubre de 2015, donó una colección de 11 mil 278 libros y más de un millar de revistas a la Universidad Autónoma de la Ciudad de México. La biblioteca reúne las adquisiciones bibliográficas de tres generaciones de tres Enriques poetas: la de su abuelo, la de su padre y la suya propia.

Toda su vida, González Rojo ha estado rodeado de libros. Estoy marcado por los libros. Siempre he vivido rodeado de libros. Apenas abrí los ojos y lo que vi no fue la partera, o a mi madre o mi padre. Lo que vi fue libros. Estaba rodeado de libros, cuenta el creador. Hasta la cuna donde dormía en la casa de su abuelo, en la calle de Mayorazgo 715, estaba rodeada de libreros. Sobre su cabeza se encontraba la Enciclopedia Británica. Dos de sus tomos estuvieron a punto de provocarle una desgracia, cuando un temblor los tiró sobre su pequeña cama. Minutos antes, su madre lo había tomado en brazos para darle el pecho. Estuvo a punto de morir.

A sus 87 años, Enrique ha tenido varios amores y tres pasiones principales. Entre sus amores se encuentran el magisterio, la lectura y la música. Sus pasiones son la poesía, la filosofía y la política.

Sus tres coordenadas de acción fundamentales están profundamente entreveradas. Cuando está escribiendo demasiada poesía, añora la filosofía. Cuando se dedica a la filosofía, extraña la poesía. Y cuando está en las dos, siente nostalgia por la política.

Enrique González Rojo no puede vivir sin escribir en lo general, y sin hacer poesía en lo particular. Según su abuelo Enrique González Martínez, heredó la ponzoña lírica. Comenzó a escribir poemas desde los seis o siete años, y desde entonces lo ha seguido haciendo.

Se acercó a la filosofía al sentir la necesidad de explicarse el acto poético. No quería ser nada más un jilguero. Quería saber de dónde venía su inspiración, qué sentido tenía. Y, por consejo de su abuelo, se puso a leer obras de preceptiva, algo sobre la teoría de la poesía y finalmente estética. Fue allí donde se enfiló hacia la filosofía.

Lector pertinaz de filosofía alemana, devoró las obras de Kant y Hegel. Y, como ese pensamiento le parecía demasiado abstracto, aterrizó en la filosofía existencial. Comenzó así el estudio de Jean Paul Sartre y Martin Heidegger.

Estaba en esa etapa cuando uno de los existencialistas amigo suyo del grupo Hiperión, Joaquín Sánchez Macgrégor, ingresó al Partido Comunista. Intrigado, le preguntó cómo un existencialista se afiliaba al Partido Comunista. González Rojo se entusiasmó con la respuesta y le propuso a su amigo, el también poeticista Eduardo Lizalde, integrarse a las filas del comunismo. Era 1956...