La Jornada, 05 de febrero de 2008
Miles de campesinos tomaron las calles de la ciudad de México el pasado 31 de enero. Fueron acompañados por trabajadores, fundamentalmente electricistas. Según la policía capitalina, marcharon 50 mil personas; de acuerdo con los organizadores, lo hicieron 200 mil.
La movilización fue un éxito. Es la demostración de fuerza de masas campesina más importante en décadas. Junto con las protestas contra la nueva Ley del Instituto de Seguridad Social de los Trabajadores al Servicio del Estado, es el desafío gremial más grande que ha enfrentado el gobierno de Felipe Calderón. Constituye, además, una llamada de atención sobre lo que puede suceder si se sigue adelante con el proyecto de privatizar el sector energético.
La marcha es un indicador del nivel de malestar contra el libre comercio agrícola que existe en la sociedad rural. Pero es, además, un termómetro que mide el descontento de una parte importante de los liderazgos campesinos nacionales con el titular de la Secretaría de Agricultura, Ganadería, Desarrollo Rural, Pesca y Alimentación (Sagarpa), Alberto Cárdenas Jiménez.
Desde que llegó al poder con Vicente Fox, el Partido Acción Nacional (PAN) ha utilizado las instituciones agrícolas y los recursos presupuestales destinados al campo para labrarse una base social estable en la sociedad rural. Así lo hizo el primer encargado de la Sagarpa con Vicente Fox, el empresario agrícola Javier Usabiaga, conocido como El rey del ajo, y así lo ha hecho Alberto Cárdenas, el hombre de Lorenzo Servitje, el magnate de Bimbo y patrono de la Fundación Mexicana para el Desarrollo Rural (FMDR).
Primero Usabiaga y después Cárdenas hicieron de la lucha contra la nomenclatura agraria una de sus cruzadas favoritas. Acusaron a los líderes campesinos de desviar los recursos destinados al agro para hacer política y para su beneficio personal, y dijeron que las protestas rurales genuinas no eran más que maniobras para que los dirigentes desplazados por las políticas oficiales conservaran sus canonjías.
Pero ese afán “depurador” y “moralizador” no resiste la más mínima prueba. El ex secretario y el secretario no tuvieron (ni tienen) el menor empacho en utilizar los servicios delos líderes de antiguas centrales campesinas priístas y una que otra de izquierda que se alinearon con el foxismo y el calderonismo. Tanto así que unas horas antes de la marcha del 31 de enero, los lanzaron a ladrar a quienes se oponen al Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN). Tampoco les ha temblado la mano a la hora de utilizar los recursos públicos para crear organizaciones campesinas panistas, que en nada envidian el funcionamiento del más rancio corporativismo tricolor...