La Jornada, 23 de febrero de 2021
Tres de las mayores batallas que libra la humanidad son: la pandemia del Covid-19, la crisis del clima, que amenaza cada vez más la supervivencia de la especie, y contra las gigantescas superficies de soya, maíz y algodón transgénicos y el veneno que les acompaña, el glifosato, que han sido implantadas a sangre y fuego por seis poderosas corporaciones agroalimentarias.
Para que el lector tenga una idea, el mayor proyecto de muerte de que se tenga noticia: los cultivos y el glifosato se extienden por unos 192 millones de hectáreas, un territorio del tamaño de México, encabezados por gigantescas superficies en Estados Unidos, Brasil, Argentina, Canadá e India. Entre 1974 y 2014 se rociaron en el mundo 8 mil 600 millones de kilogramos de glifosato. Como ha sido repetido hasta el cansancio (ver mi “Oda al glifosato”: https://www.jornada.com.mx/2020/05/19/opinion/018a1pol), el glifosato es un veneno químico inventado en 1970, mata plantas (hierbas y arbustos), es decir, es un herbicida, cuyo nombre más conocido es el de Roundup, producido por Bayer/Monsanto. En 2015, la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró al glifosato como posible cancerígeno para los seres humanos, y la quinta edición de la Antología toxicológica del glifosato, de E. Martín Rossi (2020), ofrece una lista de ¡mil 108 artículos científicos que dan fe de los efectos nocivos del plaguicida! Por ello el glifosato ha sido prohibido o restringido en innumerables países (principalmente de Europa).
¿Y en México? En nuestro país, bajo el amparo de los gobiernos neoliberales, Monsanto dispuso del apoyo incondicional de la Secretaría de Agricultura y de la Semarnat, la Academia Mexicana de Ciencias, El Colegio Nacional, la rectoría de la UNAM, y de decenas de biotecnólogos encabezados por Francisco Bolívar Zapata, editor y autor de un bochornoso libro en favor de los transgénicos. A ellos tuvimos que enfrentar los 53 ciudadanos y 20 organizaciones campesinas que logramos detener legalmente la entrada del maíz transgénico.
Debe entenderse que una compañía tan poderosa (la Bayer/Monsanto tuvo ingresos por 51 mil millones de dólares) posee un ejército de científicos, técnicos, publicistas, agentes de ventas, cabilderos, espías y promotores, y en cada país desarrolla campañas muy efectivas de cooptación de investigadores, academias, empresas, productores, periodistas, legisladores y gobiernos. Ello explica su dominio sobre 24 países, incluidos los llamados “gobiernos progresistas” de Brasil, Argentina e incluso Bolivia. También debe citarse que estas compañías trabajan con los medianos y grandes productores agropecuarios (latifundistas), no con los pequeños productores campesinos e indígenas, que son la mayoría...