La hora de los chinchones

La jornada, 23 de diciembre de 2003.

La próxima ocasión en la que Emilio Chuayffet deshonre su palabra ¿cuántos chinchones pondrá de pretexto? La siguiente vez que integrantes de su partido renuncien ¿volverá a corregir el estilo de sus cartas?, ¿cuántos puntos y comas marcará en el texto? Cuando se produzca una masacre más de indígenas chiapanecos desarmados a manos de los paramilitares que prohijó, ¿qué dirá a la opinión pública?

Imposible olvidarlo. El hoy flamante coordinador de la bancada del PRI en la Cámara de Diputados es el mismo personaje que, a finales de 1996, como secretario de Gobernación aprobó la iniciativa de reforma constitucional sobre derechos y cultura indígenas, para desdecirse después de su compromiso, argumentando que esa tarde había bebido 16 anises. Los costos de la maniobra los pagó el país: el proceso de paz en Chiapas abortó, la descomposición política en la entidad aumentó y las demandas de los pueblos indios continúan sin respuesta.

Es necesario tenerlo en cuenta. Arrogante y prepotente, haciéndose el gracioso, incapaz de dar un debate de ideas, suspirante de la candidatura presidencial, pretendió, no como funcionario de su partido, sino como encargado de la política interior del país, descalificar la ruptura pública de Manuel Camacho con el PRI haciendo observaciones de estilo a su escrito.

Inadmisible desistir de la memoria del horror. Un 22 de diciembre, hace siete años, los paramilitares asesinaron por la espalda, en la comunidad de Acteal, en Chiapas, a 21 mujeres, 15 niños y nueve hombres que rezaban de hinojos en una ermita. Contra todas las evidencias, rehuyendo su responsabilidad, Emilio Chuayffet, secretario de Gobernación, afirmó que el gobierno federal no tenía responsabilidad alguna en los hechos, "así sea por omisión".

Se trató de un crimen de Estado por el que el secretario debió renunciar. Su jefe dijo burlón: "Emilio me ha pedido ahora su retiro de la responsabilidad que le conferí el 28 de junio de 1995". Su sucesor, Francisco Labastida, continuador de la guerra sucia contra las comunidades en resistencia, quiso despedirse de él y frente a las cámaras de televisión pidió permiso a Ernesto Zedillo para "darle un abrazo a Emilio".

Pero en la política mexicana el nombre del juego es impunidad. Los profesionales del poder se mantienen en él sin importar lo que hagan. La única falta grave es perderlo. Todo lo demás es lo de menos. Emilio Chuayffet no fue castigado; por el contrario, se sacó el premio mayor de la lotería legislativa al ser nombrado por sus compañeros de partido el coordinador de su bancada...