La Jornada, 24 de mayo de 2011
En su libro Sentido único, Walter Benjamin sostiene que si la revolución proletaria no llega a tiempo, el progreso económico y técnico del capitalismo puede terminar en desastre. Parafraseándolo, puede afirmarse que, si la revuelta ciudadana nacida de la presión moral de las víctimas de la guerra contra el narcotráfico de Felipe Calderón no llega a tiempo, la militarización del país terminará en desastre.
“Marx dijo que las revoluciones son las locomotoras de la historia –escribió Benjamin–. Pero quizá sea diferente. Puede ser que las revoluciones sean la mano de la especie humana que viaja en ese tren y que tira el freno de emergencia.” La metáfora ilumina nuestros tiempos actuales. Quizás, la resistencia civil nacida del reclamo del silencio que reivindica un pacto ciudadano para detener la absurda estrategia de guerra puede convertirse en la herramienta que frene el ferrocarril que conduce a la nación rumbo al abismo.
Un movimiento así sólo puede constituirse desde la autoridad moral de las víctimas y sus familiares. Sólo puede prosperar desde el diálogo de quienes viven el dolor del sacrificio de uno de los suyos, y el agravio de la impunidad gubernamental. Son las víctimas, y no sus abogados, las que deben decir su palabra. Son ellas las que tienen el derecho a hablar en letras mayúsculas. Son ellas –y no sus intermediarios– quienes deben trazar el camino de su lucha. Ellas son su núcleo fundador, su inspiración, su fuente de legitimidad.
Hoy, las víctimas, colocadas en una situación límite a raíz de una vivencia radical, han comenzado a hacer política. Su principio de acción en la vida pública proviene de una decisión individual de carácter moral nacida de la injusticia. La suya es una alternativa ética. Es en la moralidad de sus acciones, tanto individuales como colectivas, donde se encuentra la fuerza para desmilitarizar el país y reparar el daño.
Por supuesto, hay que sumar todas las voces a la causa. Sólo así puede provocarse el descarrilamiento de la locomotora bélica. Hay que agregar a los notables y a los plebeyos, a los religiosos y a los ateos, a los bonitos y a los feos, a los letrados y al pueblo llano. Nadie sobra.
Todos hacen falta. Todos tienen algo que decir. Pero la voz que debe escucharse en primer plano es la de las víctimas.
El movimiento nació siguiendo una ruta azarosa. Muchos de sus integrantes pasaron del miedo a la indignación, de la indignación a la queja, de la queja a la movilización, y de la movilización al movimiento. Su organicidad es aún precaria y su horizonte tan diverso como sus orígenes...