La Jornada, 30 de enero de 2018
Un puño izquierdo en alto y cuatro rostros emergen de un mapa de la República Mexicana. De izquierda a derecha y de arriba abajo los profesores Arturo Gámiz, Genaro Vázquez Rojas, Lucio Cabañas y Misael Núñez Acosta miran un horizonte diferente. Abajo, como si se tratara de la base de una pirámide que sostiene el país, aparece el acrónimo de la organización a la que representa el emblema: CNTE. Ese es el escudo de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación.
Los cuatro educadores a los que la coordinadora honra en su enseña fueron maestros rurales revolucionarios y organizadores populares comprometidos a fondo con las luchas por la liberación nacional. Todos dieron su vida por la causa en la que creían. Son su fuente de inspiración.
Curiosamente, sólo uno fue fundador de la CNTE: Misael, hijo de una familia de campesinos pobres de religión pentecostal, estudiante en las normales rurales de Mexe y Tenería, y, al mismo tiempo, asesor de sindicatos obreros independientes, organizador de uniones de colonos, director de escuela y líder magisterial democrático.
A Misael lo mataron el 30 de enero de 1981. Eran cerca de las siete de la tarde cuando tres pistoleros a sueldo se estacionaron frente al local en que maestros y colonos realizaban una asamblea en Tulpetlac. Iban a bordo de un Chrysler LeBaron. Cuando reconocieron a Misael, le vaciaron el cargador de una Colt .45. Cuatro disparos le robaron la vida, a escasos 100 metros de la escuela primaria Héroes de Churubusco.
Sus asesinos materiales, los pistoleros (dos de ellos ex agentes judiciales del estado de México), Rufino Vences Peña, Jorge Mejía Pizaña y Joel Vences Hernández, confesaron que fueron contratados por Clemente Villegas, jefe de una banda de porros y secretario particular de Ramón Martínez Martín, en esa época secretario general del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE).
El día de su asesinato, Misael Núñez preparaba con padres de familia y colonos el estallido de una suspensión indefinida de labores del magisterio del estado de México, inscrita en un paro nacional. Una de las principales afectadas por su labor era Elba Esther Gordillo, la cacique sindical de los trabajadores de la educación en la entidad. Designada por Carlos Jonguitud para dirigir la sección 36 durante el periodo 1977-1980, saltó de allí a la dirección nacional del gremio. Como señora feudal, dejó a cargo de su dominio a Leonardo Rodríguez, un oscuro personaje cuya única cualidad visible era la de ser incondicional de la maestra y servirle de chofer. Desde entonces, la sombra del homicidio ha perseguido a la chiapaneca...