La Jornada, 07 de febrero de 2012
No dio tregua al poder. No hizo concesión alguna con los poderosos. Guiado por sus convicciones, acudió adonde fue requerido para tratar de impedir injusticias y ayudar a construir un país libre y democrático. Luis Javier Garrido fue, sin desmayo alguno, hasta el final de sus días, un intelectual público comprometido con la crítica al príncipe.
Profesor universitario, hombre culto, amante de las letras y la música, lector y aficionado al cine, dueño de una voluminosa biblioteca y una espectacular videoteca, autor de dos libros claves sobre la vida política de México relativos al Partido Revolucionario Institucional (PRI) y la Corriente Democrática, Luis Javier hizo política en favor de las mejores causas a través del periodismo.
Sus artículos semanales en La Jornada, organizados invariablemente en forma de 10 tesis, son un ejemplo vivo de, como dijo Genaro Carnero Checa sobre la trayectoria periodística de José Carlos Mariátegui, acción escrita. Garrido hizo del periodismo un ejercicio vivo. Su palabra desbordaba calidad histórica.
Sus artículos eran una breve pero profunda disección de la realidad política nacional. En ellos reconstruyó la vida de un tiempo, e incidió en esa vida. Siempre enterado, dotado de una pluma ágil, escribió sus pequeños ensayos con un lenguaje eficaz, particular, alejado de las abstracciones bizantinas y escolásticas.
Sus análisis se convirtieron en parte del sentido común de una amplia franja de la izquierda mexicana. Él construyó una forma de entender y explicar la realidad política nacional que tuvo gran influencia, no porque fuera citado con frecuencia, sino porque pasó a formar parte de la visión del mundo del campo nacional-popular. Anticipó ideas-fuerza sobre el país que al ser formuladas parecieron estridentes o fuera de foco, pero que con el tiempo fueron aceptadas como verdades evidentes.
Sus críticas provocaban gran escozor en el mundo intelectual. Implacable con el poder y sus amanuenses, enfrentado con la nomenclatura universitaria y la mayoría de los dirigentes de los partidos políticos, pero al mismo tiempo poseedor de credenciales académicas del más alto nivel, enfrentó tanto la descalificación como el vacío de una parte de la República de la Letras. La derecha intelectual lo acusó de xenófobo de izquierda por la aguda radiografía que hizo del hoy difunto Juan Camilo Mouriño, al que bautizó como el aventurero gallego...