La Jornada, 11 de marzo de 2014
Luis Villoro fue, a lo largo de su vida, un consecuente intelectual de izquierda. Figura relevante y reconocida en el mundo académico en general, y en la filosofía en particular, se opuso a toda forma de opresión y defendió valores como la autenticidad, la justicia, la solidaridad y la soberanía nacional. Lo hizo con lucidez, honestidad, rigor y compromiso.
Su producción teórica es vasta y deslumbrante. Cuando la UAM le otorgó en 2004 el doctorado honoris causa, su colega Gabriel Vargas Lozano lo definió como uno de los intelectuales más lúcidos. Su obra filosófica fue motivo de reconocimiento, reflexión, estudio y discusión en su comunidad.
Simultáneamente a su trayectoria académica, su labor diplomática en la Unesco y su desempeño como funcionario universitario, Villoro se involucró en la política nacional. Lo hizo, siempre, como le respondió al subcomandante Marcos en la primera carta de su intercambio epistolar sobre ética y política, bajo el supuesto de que la ética y la justicia han de estar en el centro de la vida social, y no se debe permitir que políticos de todo el espectro ideológico las expulsen de ahí y las conviertan en meras frases de discurso.
Villoro participó en el movimiento estudiantil-popular de 1968. Fue elegido por los profesores de su facultad como su representante ante la Coalición de Maestros. Asistió a asambleas, mítines y marchas. Según cuenta su hijo Juan, lamentó no haber sido encarcelado como otros de sus compañeros. En su balance de este episodio –presente en la entrevista Signo de revolución, señal de lo que viviremos– se encuentran muchas de las claves que guiaron su intervención en la política.
El filósofo descubrió en el movimiento una eclosión de valor cívico, generosidad e inteligencia que se extendió como viento fresco sobre la universidad y sobre el país entero. Durante esos días –narró– parecieron desaparecer el conformismo, la cobardía y el egoísmo que padecieron generaciones anteriores. Los jóvenes fueron dueños de sí mismos, y lo sabían. Sin embargo, la euforia del momento les impidió ver su propia debilidad. No pudieron fundir el entusiasmo libertario y el realismo político.
Luis Villoro reivindicó en múltiples ocasiones la democracia directa, a la que también llamó participativa, comunitaria o radical. En ella vislumbró un camino hacia un nuevo orden más justo. Desde su perspectiva, el Consejo Nacional de Huelga fue un osado experimento de esta forma de democracia...