Memorial de agravios guerrerense

La Jornada, 20 de enero de 2015

María Araceli Ramos carga en su corazón una doble tristeza. A su padre, Felipe Ramos Cabañas, el Ejército lo detuvo y desapareció durante la guerra sucia de la década de los 70. Y ahora, su hijo, Cutberto Ortiz Ramos, un joven alto, robusto, relajiento, deportista, músico, aspirante a ser maestro, está desaparecido junto a otros de sus 41 compañeros de Ayotzinapa.

Campesina pobre de la comunidad de San Juan de las Flores, en el municipio de Atoyac, tiene junto a su marido una pequeña huerta de café, una milpa y gallinas, que cultiva y cuida con la misma dedicación con que la mantiene viva la memoria de su padre desaparecido por los militares.

A doña María Araceli no le cabe duda. Su desdicha de hoy está emparentada con la que su familia ha sufrido durante 40 años. “Ya sabemos qué se siente pasar por esta tragedia, no saber si están vivos o muertos –dice–. Viene a ser lo mismo de la guerra sucia. Lo sé por mi papá que está desaparecido. A nosotros nada más nos iban contando. Yo estaba chiquita. Por eso me siento mal”.

Su madre piensa igual que ella. “En ese tiempo –cuenta al hablar de la guerra sucia– fueron nuestros esposos. Muchas madres perdieron a sus hijos. Ahora se está repitiendo. Cutberto es mi nieto. Aquí estamos sufriendo las mismas consecuencias, los mismos dolores, la misma tristeza” (http://goo.gl/szmiPU).

La aflicción y el desconsuelo no dejan a María Araceli Ramos por la desaparición de su hijo Cutberto. A veces sueña con él, en ocasiones escucha que le dice Merry. Pero él no aparece. “Yo –asegura– me siento mal. ¡Odio al gobierno! Es el culpable de todo”.

La continuidad entre la guerra sucia de los años 70 y la desaparición de los estudiantes de Ayotzinapa que hacen la madre y la abuela de Cutberto Ortiz Ramos no es obra de la manipulación de nadie. Proviene de su propia experiencia de vida, de su desgracia familiar, de su memoria histórica. No son las únicas. Lo mismo sucede con muchos otros familiares de los ayotzis atacados el pasado 26 y 27 de septiembre. Para ellos, de la misma manera en que el Ejército ejecutó y desapareció a centenares de personas a comienzos de 1970 ahora desapareció a sus muchachos.

Lejos de resolverse con el fin de la guerra sucia, las agresiones de policías y militares contra la población civil de Guerrero han sido una constante. La lista es interminable. En 1995, en el vado de Aguas Blancas, 17 campesinos pobres fueron masacrados por la policía...