La Jornada, 16 de agosto de 2016
Cuando el helicóptero sobrevuela Casa Xitla, en el sur de la Ciudad de México, los niños de Nochixtlán que temporalmente se hospedan allí corren despavoridos a esconderse. El sonido del pájaro de hierro sobre sus cabezas revive el miedo y la desesperación que vivieron en su pueblo el 19 de junio, cuando la policía masacró a sus familiares y paisanos.
Han pasado casi dos meses de la agresión, y los pequeños no olvidan lo sucedido. La violencia policial aparece en sus dibujos y en sus sueños, en sus conversaciones y en su futuro. Cuando sea grande, cuenta uno de los niños, quiere ser policía para matar a los uniformados que lo gasearon y machacaron a palos a sus familiares.
Ese 19 de junio, 26 pequeños vieron a sus papás salir a defender a su pueblo de la agresión de los gendarmes y luego correr a esconderse. Durante días, en la explanada del templo de Nochixtlán dos cartulinas tenían los nombres de los menores que perdieron a sus padres en el ataque de la Policía Federal.
Ese día, en la humilde colonia 20 de Noviembre, que no cuenta con agua ni con electricidad, unos 30 uniformados lanzaron gases contra viviendas construidas de láminas, cartón, latas y escasos materiales. Allí estaban 32 niños, ninguno mayor de 11 años. Los pequeños, sentados en una colchoneta narraron a Arturo Cano cómo se ahogaban y vomitaban con el humo de los lacrimógenos.
Uno de ellos le platicó cómo escuchaban vociferar a los policías: Vénganse por acá, aquí van a tener su chinga. Otro le contó que gritaban groserías y provocaban a los maestros. Uno más describió cómo usaron sus pistolas y empezaron a matar gente. Y otro le dijo que aventaron una cosa redonda detrás de una casa, que explotó, sacó lumbre.
En total, fueron víctimas directas de la agresión policiaca cerca de 70 menores. El daño sicológico que sufrieron está a flor de piel. A la cuenta de damnificados infantiles hay que sumarle la de otros hijos de los asesinados y discapacitados por la agresión policial. A partir de ahora, sin alguien que lleve el sustento a su casa, ellos y sus madres tendrán que trabajar para ganarse la vida.
La masacre de Nochixtlán dejó un saldo trágico de ocho civiles asesinados (11 en Oaxaca), 94 heridos de bala, 150 víctimas directas y entre 300 y 400 indirectas. Quienes sufrieron lesiones mayores, quienes aún tienen balas en el estómago, ¿de qué vivirán ahora? Ciertamente, no de cultivar el campo.
En su inmensa mayoría, las víctimas de Nochixtlán son gente humilde, que vive sin ahorros y con muy pocos recursos. Ante la negativa gubernamental a brindarles atención médica y ante el miedo a ser perseguidos, debieron gastar sus pocos ingresos en curarse de mala manera con médicos particulares...