Privatizar el agua

La jornada, 07 de junio de 2005

"Que se pague el agua hasta que duela", aconseja Alberto Cárdenas Jiménez, titular de la Secretaría del Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat), también conocido como El Dos Neuronas por su deslumbrante inteligencia.

Sus palabras no son novedosas. Han sido enunciadas una y otra vez por el Banco Mundial (BM) en sus recomendaciones para enfrentar la crisis mundial del agua dulce. El líquido vital, asegura la institución, debe costar. El oro azul -como la han bautizado los investigadores canadienses Maude Barlow y Tony Clarke-, afirma, no debe ser más un bien público: es obligatorio que sea privatizado y comercializado.

El banco procura fomentar que agentes privados controlen la gestión de los servicios públicos del agua, encareciendo dramáticamente el precio que pagan por el líquido los usuarios, aprovechándose especialmente de los desesperados esfuerzos de las naciones no desarrolladas por encontrar una solución a su crisis.

Vivimos un proceso de empresarización y desamortización de instituciones y bienes hasta ahora públicos, del que la oleada de privatizaciones del agua es parte esencial. Supone una redición a escala gigantesca del cercado de las tierras comunales en la Europa de los siglos xv y xvi. Se trata de la versión "moderna" de un despojo ancestral.

Es así que ahora, para los amantes del agua, cada vez hay menos acueductos, manantiales, acequias o arroyos donde saciar su sed. Los bebederos públicos son un servicio en desuso.

Hay sí, agua embotellada que anuncia su procedencia en la etiqueta que la distingue. Agua que viene de Francia y de Galicia, de los Alpes y de los deshielos de las más lejanas cordilleras, aunque, por lo regular, provenga de los sistemas de agua potable de los municipios donde se embotella y rotula. El líquido común y corriente antes público se ha convertido en marcas con una enorme variedad de logotipos.

En los restaurantes, en los que hasta hace no muchos años se recibía a los comensales sirviendo un vaso de agua por cuenta de la casa, ahora se pregunta a los clientes qué gustan beber. Y cuando éstos responden: agua, el mesero regresa con un envase de plástico que se carga en la cuenta. No parece haber escapatoria: cada habitante del planeta ingiere, en promedio, 15 litros de agua embotellada al año.

El agua potable se ha convertido en una mercancía más, por la que para consumirla hay que gastar más de lo que cuesta un litro de leche o una bebida gaseosa y hasta una cerveza. Quienes gustan de beber "oro azul" deben pagar. El agua envasada puede llegar a costar hasta mil veces más que lo que se paga por la que se consume de un grifo...