La Jornada, 03 de julio de 2012
“Con ustedes, el próximo presidente de México, En-ri-queeeee-Pe-ñaaaaa-Nieeee-to, anunció, el domingo en la noche, en el edificio de Buenavista que alberga la sede nacional del PRI, el maestro de ceremonias del evento, como si fuera presentador de una pelea de boxeo o animador de un salón de table dance.
El PRI –dijo el mexiquense en un breve mensaje una vez que Felipe Calderón lo nombró presidente electo en cadena nacional, con apenas 5 por ciento de los sufragios computados– tiene una segunda oportunidad. De estar vivo, Carlos Monsiváis habría añadido: total, la última vez sólo estuvo en el poder 71 años...
Ganó México, insistió una y otra vez sin levantar la mirada de sus apuntes, para demostrar, en lapsus que quiso ser gesto de reconciliación maquillado, pero que evidenció la convicción más profunda de quienes vuelven a Los Pinos: el país comienza y termina con ellos, su triunfo es sinónimo de victoria de una nación entera.
Ningún regreso al pasado, advirtió Peña Nieto, pero esa noche los asistentes celebraron, por cortesía del Canal de las estrellas, el retorno del país al parque jurásico, del que –justo es reconocerlo– no ha acabado de salir nunca. Que lo digan sino los chiapanecos, que el domingo padecieron, cortesía del ex perredista y ex priísta Juan Sabines, una apabullante operación de acarreo, compra y coacción del voto en favor del candidato a gobernador de la alianza PVEM-PRI, similar a la que operó su papá, en los tiempos en el que ese estado era el granero electoral tricolor.
Al calor de la música de mariachis, este domingo, en Buenavista, personajes con el cabello embadurnado de gel peinado hacia atrás y camisas blancas con el logotipo de su partido le mentaron la madre a Andrés Manuel López Obrador cuando apareció en las pantallas gigantes y celebraron su regreso al presupuesto, después de 12 años de vivir en el error de estar fuera de él.
Este 1º de julio se enfrentaron en las urnas dos Méxicos. Uno, ciudadano y crítico, anhelante de un destino diferente. Otro, clientelar, temeroso del cambio, obediente con las jerarquías políticas. Triunfó el país de la restauración, el que cambió su voto por las tarjetas de compra de Soriana, las despensas, la promesa de un empleo. El que justificó su decisión diciendo: todos los políticos son iguales. Con el PRI por lo menos me va a tocar algo...