La Jornada, 18 de mayo de 2010
Defender los bosques en México es una actividad arriesgada. En ello le va la vida a quien lo hace. Que lo digan si no los familiares de Rubén Flores Hernández, asesinado por los talamontes de la comunidad de Coajomulco, en el estado de Morelos, con unos cuantos meses de distancia.
A Rubén lo mataron el pasado 28 de abril, justo el día de su cumpleaños, en el mero centro de su comunidad. Comuneros y vecinos señalan como responsable del crimen a Porfirio Díaz Cedillo, integrante de la familia más adinerada e influyente de la comunidad. El mero día de su velorio los saqueadores del bosque sacaron madera.
El 2 de febrero una tromba azotó el bosque y derribó más de mil 300 árboles. En coordinación con las autoridades de bienes comunales, la comunidad levantó el censo de los daños y gestionó el aprovechamiento de la madera con su respectivo permiso.
El 9 de febrero, 70 comuneros subieron al bosque para hacer una inspección de vigilancia. Allí fueron sorprendidos Porfirio Díaz Cedillo y Sergio Vázquez Díaz sacando árboles de manera clandestina. En un camión, ocultos en unos sacos para trasladar avena forrajera, los vigilantes encontraron nueve trozos de árbol de diferentes diámetros y de 2.55 metros de largo. Los delincuentes fueron consignados a la Procuraduría Federal de Protección al Ambiente (Profepa). En venganza, mataron a Rubén Flores.
Coajomulco es una comunidad campesina e indígena nahua, integrada por unos 3 mil habitantes. Posee en sus tierras comunales la propiedad de una extensión de más de 6 mil hectáreasdel bosque del Ajusco Chichinautzin, con una enorme diversidad de fauna y flora. Allí crecen pinos, encinos, madronios y ailes. La resolución presidencial que los dota es de 1947.
Rubén Flores Hernández era campesino, hijo de campesinos. Sembraba alfalfa forrajera y producía tierra de hoja. Tenía 42 años de edad. Estaba hecho para el estudio y el trabajo. Era padre de tres hijas. Una de las cabezas de los vigilantes comunitarios, era un hijo del bosque; lo amaba y protegía.
A diferencia de otros poblados vecinos, la comunidad de Coajomulco ha defendido sus árboles. Como dice uno de los comuneros: el bosque es nuestra vida, la vida de la comunidad. Vivimos de lo que obtenemos de él, de su aprovechamiento. Sus habitantes realizan regularmente infinidad de trabajos para preservar su riqueza ecológica: brechas cortafuegos para enfrentar los incendios; alambradas para la reforestación natural; tinas ciegas para la captación de aguas pluviales; aprovechamiento racional de la tierra de hoja, madera y piedra; no explotación clandestina de madera, y creación de un parque ecoturístico llamado Totlán...