Sed de sangre

La Jornada, 18 de septiembre de 2001

George W. Bush, Señor de la Guerra, encontró una cruzada que encabezar. Los atentados terroristas del 11 de septiembre le sirvieron para convocar a una larga guerra del "bien contra el mal", a una redición, en pleno siglo xxi, del combate secular de Occidente contra el Islam.

No se trata tan sólo de emprender acciones militares en nombre de la "democracia" o de la "libertad", como tradicionalmente ha hecho el Imperio para justificar las acciones punitivas que, desde hace siglo y medio, ejerce en contra de otras naciones, sino que es algo mucho más trascendente: presentarse como genuino representante de la causa de la civilización contra la barbarie.

La vocación guerrerista del presidente de Estados Unidos tiene ahora un amplio terreno para desarrollarse. Su suerte ha cambiado. Si su primera gran iniciativa internacional, la creación de un escudo espacial antimisiles, fue recibida con grandes reservas por parte de la mayoría de los líderes políticos europeos y tuvo una fuerte oposición dentro del Congreso de su país, su llamado a una nueva guerra santa prácticamente no ha sido cuestionado.

El fundamentalismo talibán que por boca de su guía Mohammad Omar también llama a "todos los musulmanes del mundo" a una guerra santa y a morir por Afganistán, le ha proporcionado gran legitimidad.

Hay una opinión pública indignada y temerosa ante la matanza indiscriminada de civiles. Sobre ella se han creado las condiciones para una nueva oleada macartista, similar a la vivida en la década de los cincuenta, en contra de todos aquellos que cuestionan el neoliberalismo.

La nueva guerra es, sin embargo, confusa. No es un conflicto entre Estados ni una lucha de liberación nacional ni una revolución. No se realiza en un territorio preciso. Bien a bien, no se sabe quién es el enemigo, más allá del terrorismo, y quiénes lo apoyan.

¿Contra qué país lanzará su furia el Imperio? Bin Laden, quien ha sido señalado como el responsable de los atentados, nació en Arabia Saudita, país clave en la geopolítica estadunidense de la región. Pakistán posee armamento nuclear y no es un enemigo de Estados Unidos. Ingleses y rusos pagaron un alto precio por pelear en Afganistán. Es fácil invadir militarmente esa nación, pero muy difícil salir de ella. Los bombardeos ordenados por el presidente Clinton en su contra mataron muchos civiles, pero no hicieron daño alguno a las fuerzas fundamentalistas...