La jornada, 16 de marzo de 2004.
Sesenta horas duró en España el pulso entre la verdad y el engaño. Sesenta horas tardó el gobierno de José María Aznar en admitir que la red Al Qaeda era la responsable de los atentados del 11 de marzo en Madrid. Sesenta horas en las que Radio Bemba luchó contra la política informativa de Estado y su pretensión a inculpar ETA de la matanza. Sesenta horas fueron necesarias para que la presión de las redes de comunicación alternativas y la movilización social obligaran a los grandes medios de comunicación a abrirse a la realidad de los hechos.
El gobierno español giró órdenes a sus embajadores para que difundieran la noticia de que ETA era la responsable de los hechos. Los corresponsales extranjeros acreditados en España fueron presionados para que divulgaran esa misma versión. Enmascarada como razón de Estado la derecha arrogante transmitió sus propias razones: usar la desgracia humana para cosechar una victoria electoral, demonizar los nacionalismos periféricos, divinizar el nacionalismo español y refrendar ante el mundo su visión del conflicto vasco.
La estrategia del Partido Popular (PP) fracasó electoralmente porque antes había sido derrotada socialmente. En escasas 24 horas la opinión pública dio un vuelco dramático. Si antes del 11 de marzo las encuestas anunciaban un arrollador triunfo de los populares en las elecciones del 14 de marzo, la mentira y la manipulación gubernamental provocaron un cambio dramático en el talante de los votantes.
Sin que mediara convocatoria alguna por partidos políticos o sindicatos, miles de personas transformaron el miedo en una explosión de dignidad y tomaron las calles de las principales ciudades de España para protestar contra la desinformación oficial. "Los muertos son nuestros, las guerras son vuestras", exclamaron, en clara referencia a la participación española en la agresión a Irak.
Informándose mediante las televisiones autonómicas, utilizando la programación de la cadena SER, pero, sobre todo, comunicándose horizontalmente por Internet y mensajes vía telefonía celular, la multitud tuvo la certeza de que se le estaba engañando. Echando a andar las redes sociales construidas durante las protestas contra la guerra en el Pérsico, salieron a los balcones de sus casas a golpear cazuelas y se congregaron frente a las sedes del Partido Popular.
Los grandes medios de información y una parte de la intelectualidad hispana, sometidos a la razón de Estado, desempeñaron, en su mayoría, un papel penoso en la difusión y justificación de mentiras. Algunos reaccionaron, otros no. Para justificar su falta de ética han señalado que Al Qaeda es lo mismo que ETA, como si un atentado nacido de un conflicto armado interno fuera equiparable en sus consecuencias políticas y de seguridad nacional al ataque de un grupo internacional. Semejante estupidez sólo puede entenderse si se le enmarca como parte de una estrategia que ha hecho de la lucha contra el terrorismo un instrumento para justificar casi cualquier acción política, y que ha llevado a ignorar que España sigue apareciendo en las listas de Amnistía Internacional como un país en el que se practica la tortura...