La Jornada, 07 de noviembre de 2017
No tembló igual para todos. Aunque los sismos del 7 y 19 de septiembre pasados dejaron una huella trágica en algunos barrios acomodados de Ciudad de México, se ensañaron con los habitantes más humildes de las orillas de la metrópoli. Han transcurrido casi dos meses de la sacudida, y lejos de los reflectores que iluminaron la devastación en las colonias Roma o Narvarte, los damnificados de Iztapalapa, Tláhuac y Xochimilco sufren no sólo los efectos del desastre natural, sino las prisas gubernamentales por maquillar de normalización la vida de amplias zonas de la urbe.
En las periferias capitalinas las heridas abiertas por el temblor siguen abiertas. Lesión sobre lesión, el abandono ancestral en la provisión de los servicios públicos y el mantenimiento de las infraestructuras, precipitó que los daños por los sismos fueran mayores que en otras zonas. Las huellas de esta doble desgracia pueden verse en todos lados: distribución de agua potable, vialidades, servicios sanitarios y escuelas.
Los temblores del 7 y 19 de septiembre sirvieron de radiografía de la desatención en que se encontraban muchas escuelas de las zonas proletarias de la capital. El diagnóstico que arroja esta placa muestra de cuerpo entero la irresponsabilidad con que han actuado las autoridades de la Secretaría de Educación Pública (SEP) responsables de la enseñanza básica en la ciudad (en el antiguo Distrito Federal la competencia en este terreno pertenece al gobierno federal). Y es, por lo menos, preocupante: escuelas con falta de mantenimiento, infraestructura deficiente y abandono presupuestal. Muchos centros escolares no cumplen con las normas básicas de seguridad establecidas en la legislación vigente.
Por el contrario, la otra cara de la moneda del sismo del 19 de septiembre, es la respuesta de los maestros del sistema de educación pública básica. Como señala el profesor Roberto Gómez, su actitud fue admirable. Ninguno abandonó a sus alumnos en medio de la crisis. Todo lo contrario, actuaron rápida y eficazmente para resguardar a más de un millón de niños y jóvenes. Los padres de familia que corrieron temerosos a las escuelas a buscar a sus hijos, los recibieron sanos y salvos. Los docentes fueron los últimos en abandonar los planteles, a pesar de que ellos también tienen familia.
Los daños en las escuelas de Iztapalapa, Tláhuac y Xochimilco no fueron poca cosa. En su comparecencia en el Senado el pasado 31 de octubre, el secretario de Educación, Aurelio Nuño,
informó que 80 por ciento de las 10 mil escuelas de educación básica de Ciudad de México habían reanudado clases, pero 20 por ciento no. Eso significa que, a casi dos meses de los sismos, alrededor de 2 mil centros educativos no tienen aún clases...