La Jornada, 19 de junio de 2001
En las páginas de Hola, la revista del corazón de la elite ibérica, se ensalzan las cualidades morales y democráticas del presidente Fox, mientras que en Proceso, el semanario más influyente en la vida política nacional, se abordan sus historias sentimentales.
Numerosos funcionarios públicos han hecho de sus puestos en el nuevo gobierno púlpitos desde donde dictan homilías en lugar de discursos, en tanto los jerarcas religiosos se comportan como políticos profesionales que, en vez de sermones, dan línea política.
En las puertas de San Lázaro, varios legisladores convocaron a asistir a misa para conmemorar a Santo Tomás Moro, como si un asunto de incumbencia personal, tal cual es la naturaleza de las convicciones religiosas, perteneciera al ámbito del interés general.
El jefe del Ejecutivo hace de sus giras al extranjero una gran venta de garaje de Pemex y de la Comisión Federal de Electricidad, y se presenta no como un hombre de Estado, sino como un empresario que está al frente de un gobierno de negocios. El mundo del trabajo y la justicia social prácticamente desaparecieron del discurso de la nueva administración sustituido por la utopía de reminiscencias sinarquistas de un país de propietarios.
La situación es novedosa. A diferencia de la prensa anglosajona, los medios de comunicación en México no han hecho de la vida privada de los políticos un hecho noticioso. La población se entera de las andanzas amorosas de la clase política a través de chismes, no de noticias. Bodas, nacimientos, divorcios o romances de los funcionarios públicos se han manejado con cautela; usualmente ni siquiera llegan a las páginas de sociales de diarios de circulación nacional.
De la misma manera, salvo excepciones notables, las creencias y prácticas religiosas de los políticos han sido un asunto privado. La necesidad de mantener un Estado laico y la separación entre Iglesia católica y Estado han dominado las tendencias que buscan desecularizar la política...