La Jornada, 07 de junio de 2016
Tremendo varapalo recibió el PRI en los comicios de este5 de junio. Apenas consiguió cinco gubernaturas de las nueve que su dirigente nacional anunció que obtendrían. En la elección para la constituyente de la Ciudad de México sólo alcanzó 149 mil votos, cuatro veces menos que Morena.
¿Cómo explicar esta paliza? Por la suma de varios factores combinados, unos nacionales y otros regionales. Aventuro algunas hipótesis. La estrategia tricolor de sustituir la realidad con relatos en los medios sobre el triunfo seguro de sus candidatos fracasó. La difusión de encuestas modo y de artículos y columnas basados en esos sondeos anticipando la inminente e inevitable victoria del partido no logró la adhesión del voto de los indecisos. Por el contrario, en muchos casos causó su animadversión.
Curiosa ironía de una de las contiendas electorales más cochinas de la historia: aunque las campañas de lodo no fueron un recurso exclusivo, no parecen haber tenido mucho éxito para dañar a algunos aspirantes. La filtración de conversaciones privadas de los candidatos, la divulgación de sus millonarias propiedades y cuentas bancarias de procedencia incierta, y la propalación de calumnias no mermaron la votación en favor de quienes resultaron ganadores. O, cuando menos, no en un porcentaje suficiente como para impedir su triunfo.
La derrota del PRI está estrechamente ligada a la estrepitosa caída en la aprobación del presidente Enrique Peña Nieto en la opinión pública. Diversos sondeos muestran que apenas y supera 30 por ciento. Otros, no difundidos en la prensa, son mucho menos optimistas: a duras penas araña 20 por ciento. En algunos estados donde se realizaron comicios la cifra de quienes objetan al jefe del Ejecutivo es mucho mayor. En cambio, su porcentaje de reprobación en casi todo el país es cada vez mayor. Costos del presidencialismo, en esta ocasión, a diferencia de 2015, el partido de Los Pinos acabó pagando en esta ocasión el descrédito del mandatario.
También tuvo un enorme costo para el tricolor las nefastas gestione de gobernadores como Javier Duarte (Veracruz) o César Duarte (Chihuahua). Sus malas reputaciones rebasaron sus estados y se convirtieron en escándalos nacionales. La decisión presidencial de sostenerlos en su puesto a como diera lugar, no obstante el alud de evidencias de malos manejos y el enorme malestar social en su contra, le resultó carísima al partidazo.
Hoy están lejos los tiempos en que el PRI era capaz de hacer triunfar a una vaca. Su maquinaria electoral no le alcanza ni siempre ni en todos lados para eso. A pesar de las contundentes evidencias de que era un pésimo candidato, en Tamaulipas, se impuso desde Los Pinos a Baltazar Hinojosa, cercano al secretario de Hacienda, Luis Videgaray. El PAN le puso una tunda de antología...