La Jornada, 03 de marzo de 2015
El ataúd gris con el cuerpo del maestro Claudio Castillo Peña es cargado a hombros en Acapulco por sus compañeros. Lo franquea una lona con su imagen empuñando un bastón en la mano derecha y el puño izquierdo levantado, y el texto: Hasta la victoria, maestro Claudio, héroe de muchas batallas. Seguirás las luchas con nosotros.
Los homenajes se repiten a lo largo del recorrido de la carroza fúnebre hasta su destino final en el panteón de su natal Tanganhuato, en la Tierra Caliente de Guerrero. Asesinos, asesinos, gritan indignados al gobierno los profesores democráticos, en las ceremonias que le hacen de cuerpo presente en Acapulco, Iguala, Arcelia, a su camarada.
El maestro Claudio Castillo Peña tenía 65 años cuando, el Día de la Bandera, la muerte lo alcanzó en Acapulco. Esa noche, como siempre hacía en las movilizaciones magisteriales, él estaba dentro de una camioneta arengando a la multitud con un altavoz, cuando la Policía Federal lo atacó. No pudo correr porque las secuelas de una poliomelitis lastimaron su pierna derecha.
Los agentes rompieron con violencia los vidrios del vehículo. Él abrió la puerta y les pidió que le permitieran bajar. ¡No tengo armas!, les decía. Todo fue en vano. Uno de los jefes policiacos lo jaló del cuello y la ropa y comenzó a golpearlo. Los policías le gritaban: ¡Ora sí, pinche viejo hijo de tu puta madre... Sigue gritando! La paliza que recibió fue tan brutal, que el maestro Claudio falleció con 18 costillas rotas y dificultad para respirar.
El profesor Claudio Castillo egresó de la Normal Rural de Ayotzinapa en 1974. Impartió clases en la escuela Juan N. Álvarez, en la ranchería Kilómetro 20, en Acapulco. Fue profesor de formación cívica y ética en secundaria. Era un maestro recto y estricto con la entrega de trabajos y tareas.
Admirador de Nikolai Ostrovski, el escritor soviético aquejado por tifus, reumatismo crónico y una parálisis casi total, Claudio parecía ser un personaje inspirado en el autor ruso o sacado de su novela Así se templó el acero, obra de lectura casi obligada en las normales rurales del país. Su poliomielitis no le impidió nunca trabajar y luchar por la democratización y dignificación del gremio magisterial. Se sobrepuso a ella con tenacidad y voluntad ejemplares.
Al jubilarse se mantuvo como activo militante sindical. Frente a su féretro en Iguala, su hermana Isabel Castillo, ahora maestra retirada que apoya las movilizaciones del magisterio democrático, narró: “Aunque jubilado, él siempre estuvo en la lucha. Cuando yo le decía, ‘hermano, estás jubilado, tú ya no, vamos nosotros’, él me decía, ‘carnala, no me siento bien de estar en mi casa sentado o acostado y que mis compañeros anden luchando’”...