La Jornada, 29 de noviembre de 2016
Fidel Castro es un mito, lo era antes de morir. Lo es en la doble acepción del concepto: como parte de una historia imaginaria en la que se deforman las verdaderas cualidades de una persona, y como elemento movilizador de la política en el que se sintetizan proyectos y anhelos colectivos.
Sobre Fidel Castro se han contado multitud de relatos fantásticos. Hay quienes aseguran que buscó, sin suerte alguna, jugar beisbol con los Yanquis de Nueva York y con los Senadores de Washington. Se dice también que, en 1946, a los 20 años de edad, fue extra en dos producciones de Hollywood: el musical Holiday in Mexico y la comedia Easy to Wed. En 2005, la CIA informó que sufría mal de Parkinson.
Estos inventos (y muchos otros por el estilo) son inofensivos al lado de la andanada de calumnias que sus enemigos le fabricaron para tratar de desprestigiarlo. Forbes lo acusó sin dar una sola prueba de tener 900 millones de dólares en una cuenta, cuando es más o menos evidente la sencillez con que vivía, que personalidades cercanas han descrito como casi espartana. Vivió sin lujos. Otros le imputaron ser un monarca, un torturador y lindezas por el estilo.
Hay quienes, escandalizados, le achacaron promover el culto a la personalidad. Sin embargo, en Cuba no hay calles, estatuas o plazas que lleven por nombre el de Fidel Castro. Más aún, él rechazó en vida que su fotografía se colgara en las oficinas de los edificios públicos. Algo inusual en el mundo de la política institucional.
Quienes lo trataron son testigos de su capacidad de escuchar y preguntar. Ignacio Ramonetlo describe como un hombre casi tímido, bien educado y muy caballeroso, que presta interés a cada interlocutor y habla con sencillez, sin afectación. Con modales y gestos de una cortesía de antaño, siempre atento a los demás.
El asunto es otro. Sus detractores nunca lo absolvieron de tener la osadía de levantarse en armas contra el tirano Fulgencio Batista, organizar un ejército con un puñado de hombres, ganar la guerra, derrocar la dictadura, enfrentarse al imperio, frenar el despojo, hacer realidad la soberanía nacional, emprender la construcción del socialismo, redistribuir la riqueza, involucrarse activamente en la lucha anticolonial en África, resistir junto a su pueblo el bloqueo económico, sobrevivir al derrumbe de la Unión Soviética, retirarse ordenadamente del poder y ver cómo su semilla libertaria germinaba en América Latina.
Nunca lo exoneraron del delito de nadar contra la corriente y demostrar que se puede ir contra la lógica del capital y de las grandes metrópolis imperiales; de hacer evidente que se puede vivir con valores como la solidaridad, la cooperación y la ayuda mutua, haciendo a un lado la lógica del darwinismo social capitalista y del mercado como escuela de virtud; de poner como prioridad de gobierno la salud y la educación del pueblo...