La Jornada, 24 de enero de 2017
La mañana del miércoles 18 de enero, el estudiante Federico N, un joven de 15 años, entró a su aula en el Colegio Americano del Noroeste, en Monterrey. A sangre fría, disparó una pistola calibre .22 contra una maestra y un compañero de clase. Se puso de pie y vació el arma contra otros alumnos. Regresó a su pupitre, abrió su mochila, cargó nuevamente la escuadra y se descerrajó un tiro en la boca.
Federico N, hijo de una familia acomodada, tomó el arma de fuego de su casa. Sabía disparar. Había aprendido a hacerlo con su padre, aficionado a la cacería. Anunció en redes sociales que realizaría el ataque. Nadie pareció hacerle caso.
El tiroteo de Monterrey desató en muchas regiones del país una oleada de nerviosismo y preocupación. De inmediato se difundieron en redes sociales múltiples mensajes religiosos, convocatorias a organizar cadenas de oración y llamados a recuperar la vida familiar cristiana. Una parte de la sociedad respondió ante un hecho dramático e inédito desde el terreno de la fe.
La difusión del video del ataque y de las fotografías de la maestra y los jóvenes heridos precipitó un intenso y agrio debate sobre la legalidad y la inmoralidad de la divulgación delas imágenes. En ocasiones, la discusión sobre este asunto pareció opacar la gravedad y trascendencia de la agresión.
De inmediato se quiso dar al ataque una explicación sicologista. El crimen –dijeron diversos analistas– fue producto de los trastornos mentales del muchacho. Se dejó así de lado la normalización de la violencia que se vive en el país desde hace 10 años, la apología del uso de la fuerza que priva en amplias franjas de la sociedad, y la facilidad con que Federico tuvo acceso al arma.
También se pretendió responsabilizar del hecho al efecto contagio. Así lo señaló el vocero de seguridad de Nuevo León, Aldo Fasci Zuazua, cuando advirtió a los padres de familia: Necesitamos poner más atención a nuestros hijos, y tener más cuidado en lo que portan, con quién se juntan, porque tienen acceso a todo en las redes sociales. Esto es producto sin duda de lo que vieron en redes sociales en otros países.
Por supuesto, la tragedia de Monterrey no fue resultado de que un joven haya querido copiar la conducta de otros adolescentes en Estados Unidos o Dinamarca porque lo vio en las redes sociales. De entrada, le habría bastado con ver los telediarios nacionales o los noticiarios por cable para estar al tanto de hasta qué punto las balaceras, ajusticiamientos, feminicidios y desapariciones forzadas son parte de nuestra vida cotidiana. Agresiones que, en su inmensa mayoría, quedan impunes...