La Jornada, 31 de enero de 2017
Cuando yo uso una palabra –dijo Humpty Dumpty a Alicia, la heroína de las novelas de Lewis Carroll– quiere decir lo que yo quiero que diga..., ni más ni menos. Y, añadió: La cuestión es saber quién es el que manda..., eso es todo. Como Humpty Dumpty en Alicia a través del espejo, el presidente Donald Trump está empeñado en construir una narrativa desde el poder que deje claro que es él quien manda. Kellyanne Conway, consejera de Donald Trump, lo explicó con precisión al justificar la afirmación de Sean Spicer, vocero presidencial, de que la toma de posesión del magnate tuvo la mayor audiencia que jamás haya presenciado eventos de este tipo. Spicer –dijo Conally– dio datos alternativos sobre la realidad. Una forma poco rebuscada de decir que las palabras significan lo que el presidente quiere que digan. Punto.
Enfrentados a Trump, los grandes medios de comunicación estadunidenses han presentado el discurso del mandatario como ocurrencias de un personaje desquiciado, salido de la nada. Y han vendido sus iniciativas de gobierno (y su estrategia de que los límites se conocen cuando se rebasan), no como acciones de un programa que pretende imponerse contra corriente, sino como caprichos desmesurados de un loco.
Pero, más allá de los ajustes de cuentas justicieros, estas caracterizaciones del personaje explican apenas nada. Trump ganó las elecciones de su país con el voto de millones de estadunidenses que se identificaron con él y con sus propuestas, y con el apoyo de muy poderosos intereses económicos y políticos. Triunfó gracias al soporte de un conglomerado de fuerzas que expresan un profundo descontento con la globalización neoliberal y que apuestan a reconfigurar el modo en que el capitalismo funciona.
Diversos análisis han identificado muy claramente la composición de voto en favor de Trump. En su mayoría sufragaron por él hombres blancos, sin estudios, mayores de 30 años, trabajadores de cuello azul afectados por la deslocalización industrial, evangélicos, conservadores, de alto poder adquisitivo (sólo 41 por ciento de los votos de los ciudadanos que ganan menos de 30 mil dólares al año fueron para él), de zonas rurales y suburbanas, y de los estados desindustrializados del cinturón del óxido.
Más allá de ese voto, Trump tuvo el apoyo de importantes fuerzas económicas. Pero también –como ha señalado Andrés Barrera– de sectores empresariales no muy poderosos, afectados por el proceso de concentración y centralización del capital, producto, en parte, de la deslocalización de muchas compañías y su migración a paraísos tributarios, ambientales y de muy bajo costo de la mano de obra.
Según la agencia Ap, muchos fabricantes afectados durante años por una contracción en la demanda de sus mercancías dicen que consideran que Trump es más amigable a sus intereses de lo que fue el presidente Barack Obama. Cuando él utiliza el teléfono, lo hace para decir a los fabricantes que los apoya y quiere que creen empleos en Estados Unidos, dijo Jay Timmons, presidente de la Asociación Nacional de Fabricantes Industriales...