La Jornada, 20 de junio de 2017
Hace un año, Aurelio Nuño se volvió mudo e invisible durante 50 horas. En la más dramática crisis de su gestión al frente del sector educativo, desapareció y calló. El funcionario adicto a las pantallas televisivas, los micrófonos y las líneas ágatas, se esfumó.
El secretario de Educación, quien durante meses se hizo fotografiar rodeado de policías y militares, como advertencia de lo que le esperaba a los miles de maestros que se oponían a la reforma educativa, desapareció de los medios cuando la fuerza pública asesinó a ocho pobladores de Nochixtlán que rechazaban esa reforma.
Tuvieron que pasar más de dos días y sus noches para que Aurelio Nuño diera la cara al país y a los maestros. Pero en lugar de reconocer la gravedad de la situación que su empecinamiento y torpeza política provocaron, se limitó a lamentar los hechos y a amenazar con que la reforma educativa seguiría su curso.
La responsabilidad del titular de Educación en la masacre no se puede ocultar. El 19 de junio de 2016, la fuerza pública desalojó violentamente un bloqueo carretero que maestros y habitantes del municipio mixteco de Nochixtlán habían instalado para exigir la derogación de la reforma educativa. Las protestas magisteriales en la entidad se habían radicalizado a raíz de la arbitraria e injusta detención, seis días antes, de Rubén Núñez, secretario general de la sección 22, y de Francisco Villalobos, secretario de organización, y de una salvaje campaña de hostigamiento contra los profesores de la CNTE por parte de Nuño.
Ha transcurrido un año y un día de ese trágico 19 de junio, en el que distintas policías ultimaron a ocho habitantes de Nochixtlán, hirieron de bala a más de 100 y dañaron física y emocionalmente a más de 400, entre ellos, muchos niños. Y, a pesar de cargar sobre sus hombros con esa agresión, el responsable de la enseñanza pública del país sigue tan campante en su carrera por la Presidencia.
Ha pasado un año y un día de la masacre, sin justicia, sin verdad, sin reparación de daños. Un año y un día de acoso sistemático y sostenido a las víctimas mediante un grupo paramilitar. Los pistoleros pintan letreros en las casas de las mujeres donde las acusan de ser putas. Visitan las casas de las víctimas y las llaman por teléfono para amedrentarlas. Intentaron matar al presidente de los afectados, el profesor Santiago Ambrosio (que fue herido de bala en una pierna). Balean y destruyen las estatuas que la comunidad levantó en memoria de los ocho muertos. Nadie está a salvo. Incluso han llegado a encañonar al ombudsman de Oaxaca, Arturo Peimbert...