La Jornada, 19 de septiembre de 2017
Este 17 de septiembre, un grupo de gente armada asaltó en Juchitán un tráiler lleno de productos solidarios, destinados a los damnificados por el sismo. El vehículo se trasladaba rumbo a la salida a Ixtepec cuando fue interceptado por varios motocarros pintados de rojo y amarillo. Los ladrones se llevaron ropa nueva de una maquiladora de Tehuacán, alimentos y botiquines de primeros auxilios. De paso, despojaron a los voluntarios que habían organizado la colecta de sus celulares y carteras.
Ese robo no fue casualidad. Multitud de hurtos han sido perpetrados en la zona de desastre desde que la tragedia se atravesó en la vida de los istmeños. Desgracia sobre desgracia, miles de afectados no sólo perdieron de un momento a otro sus viviendas, en muchos casos construidas a lo largo de varias generaciones, sino los pocos bienes que se salvaron de la destrucción. A pesar de la presencia del Ejército, los ladrones se los han robado.
Para proteger sus escasas propiedades, los damnificados viven y duermen en las calles. Ni siquiera cuentan con tablones y láminas para guarecerse del sol y las inclemencias del tiempo. En su lugar, colocan toldos improvisados y aguardan, cada vez con mayor impaciencia, señales de la reconstrucción.
Desconfían de la policía, que en el día viste uniforme y en la noche se lo quita para delinquir. Por eso, en varios barrios y secciones han formado grupos de vigilancia para tratar de evitar el pillaje.
La autorganización de los damnificados del Istmo para enfrentar la inseguridad es expresión de un proceso más amplio de asociación comunitaria autónoma, surgida de la incapacidad gubernamental para atender a las víctimas del desastre. Las distintas instancias de gobierno han sido rebasadas por la magnitud de la tragedia, y los afectados se han organizado por su cuenta para tratar de solucionar sus efectos. No sólo cuidan sus propiedades. Junto a grupos de voluntarios, también se hacen cargo del acopio, hacen funcionar comedores populares y gestionan la reconstrucción.
En esas experiencias autogestivas está el germen de un gran movimiento de afectados. Grande por el número de sus integrantes, por su capacidad de movilización, por su potencialidad para desafiar y negociar con el Estado.
Ese movimiento en potencia está alimentado por una vigorosa matriz cultural. Tanto el Istmo como la Sierra Mixe-Zapoteca son regiones con una fuerte identidad étnica, una importante cohesión cultural y una tradición de lucha histórica. Buena parte de los choques que se han producido entre los damnificados y el gobierno federal tienen que ver con la incomprensión de esta especificidad y el afán centralizador y homogeneizador de los planes de reconstrucción de las autoridades federales...