La Jornada, 15 de mayo de 2018
Aunque sabía del tema más que muchos investigadores, a Javier Valdez no le gustaba que lo presentaran como especialista en narcotráfico. Así se las gastaba. Bromista consigo mismo, aseguraba que un periódico había quebrado por contratarlo, o que un partido político había perdido su registro por andar postulándolo como su candidato a diputado.
Pero, aunque se negara a reconocerlo, Javier era un erudito en materia de crimen organizado. Conocía a profundidad sus entrañas, sus personajes, su trama asociativa, su historia, su manera de actuar, sus nexos con el poder. Curiosamente, desplegaba buena parte de esta sapiencia no en sus artículos y libros, sino en múltiples entrevistas en los medios de comunicación (electrónicos e impresos), conferencias y presentaciones de sus libros.
El corresponsal de La Jornada era muy cuidadoso con lo que escribía. Si acaso, publicaba 10 por ciento de la información a la que tenía acceso. En cambio, ante un auditorio, se permitía narrar historias delicadas o describir las telarañas del crimen organizado con mucho más soltura de la que hacía gala ante una página en blanco. Irreverente, lo hacía sin perder el rigor.
Su visión sobre el mundo de la delincuencia organizada era, a un tiempo, panorámica y local. Se asomaba a ella usando indistintamente un telescopio y un microscopio. Trazaba cartografías y taxonomías, documentaba la historia de las distintas generaciones de capos y dibujaba los esqueletos de las organizaciones criminales. Conocía de arriba abajo la historia del cártel de Sinaloa y sus rivales y socios, sus ramificaciones en América Latina y las operaciones de la DEA en territorio mexicano.
El fundador de Ríodoce no tenía dudas de que buena parte del Estado mexicano fue capturado por el crimen organizado. Tenemos –aseguraba– un gobierno corrupto subordinado al narcotráfico. Ya no es una sociedad con los narcos –como en el pasado–. Ya no se trata de un acuerdo con los narcos. Lo que hoy existe es que el narco está por encima de la autoridad, es el que manda.
Al Estado –advirtió en múltiples ocasiones y en distintos tonos– no le interesa la aplicación de la ley, no le interesa investigar. No le interesa que niños y jóvenes sigan siendo el alimento, el insumo, la fuerza de trabajo de los cárteles.
A partir de cientos de historias que documentó, elaboró un juicio muy severo sobre el Ejército y la Marina. Aunque reconocía que hay mandos que luchan contra los cárteles, no dudaba en señalar que existen grupos en las fuerzas armadas que trabajan para el crimen organizado, lo protegen y cubren sus operaciones. No sólo eso. Según él, la institución castrense es utilizada para acallar protestas sociales. Su historial de violación de derechos humanos es tan atroz que, en algunos casos, los militares son como delincuentes, pero con uniforme...