La Jornada, 14 de mayo de 2019
Las opiniones de Javier Valdez sobre su gremio y el negocio de la comunicación fueron muy severas. Sus críticas hacia la prensa y los periodistas fueron filosas. Fue un auténtico noqueador en el cuadrilátero mediático del país. Sin necesariamente señalar a alguien por su nombre, sus comentarios dejaron fuera de combate a más de un colega y a más de un empresario. Huyó de la autocomplacencia y las alabanzas a su persona como si fueran la peste. Reflexionó sobre el periodismo nacional.
Javier dio un punto de vista propio sobre la práctica periodística en el país, tanto desde su experiencia profesional cotidiana como de sus investigaciones. Hizo de su materia de trabajo su objeto de estudio e ingrediente de sus reportajes. Fue un cronista no sólo del narcotráfico, sino de lo que Gabriel García Márquez llamaba el mejor oficio del mundo. Y externó sus conclusiones en conferencias, charlas, entrevistas y libros con absoluta y descarnada crudeza.
El autor de Narcoperiodismo no hacía concesiones ni con los de arriba ni con el establishment mediático. Sus comentarios sobre informadores, empresas de comunicación, directivos de diarios y revistas y lectores siempre fueron implacables. Podían ser como puñetazos de un fajador en el rostro de su rival, en un imaginario combate de boxeo.
Sin miramiento, el Bato Valdez denunció la soberbia, cercanía con el poder, y el creerse sabelotodo de los profesionales de la prensa, que les impide revisar lo que hacen y cómo lo hacen. Señaló también la falta de autocrítica en los medios. “Hemos actuado a veces –decía– como si fuéramos una casta diferente, bendita, privilegiada dentro de la estructura social.” Advirtió: Si no partimos de reconocer nuestros cánceres, nuestras deficiencias, nuestras limitaciones, no vamos a poder enfrentar los peligros y a recomenzar este ejercicio.
Según el corresponsal de La Jornada desde 1997 y fundador del semanario Riodoce, había que trabajar mucho para que la gente ubicara el periodismo como algo necesario, importante, urgente. Pero ello sólo era posible –pensaba– cuando los periodistas recuperaran su dignidad, la ética, la independencia, el ser honestos y responsables, el ser serios.
Su juicio sobre algunos empresarios de los medios fue implacable. Los veo lejos, muy preocupados allá arriba, en la torre de sus oficinas, en el confort, haciendo negocio. No los veo preocupados por nosotros, por la calle, por nuestro trabajo periodístico. Ellos hacen comunicaciones de redes sociales. Tienen dignidad de boletín de papel, de correo electrónico. No veo en ellos genitales, profesionalismo, seriedad, humanidad. El dueño está en el negocio, no le interesa necesariamente la información...