Amor, rabia y desafío

La Jornada, 10 de marzo de 2020

El grupo de acción directa destruye vidrieras y escaleras mecánicas del Starbucks de avenida Juárez, en el centro de la Ciudad de México. Bien organizadas, sus integrantes, vestidas de negro y con el rostro cubierto, armadas con martillos de tapicería y varillas, actúan con rapidez. En una de las columnas exteriores del edificio, con pintura en aerosol, escriben: “Destruye la propiedad privada”.

A escasos metros dela cafetería atacada, el río humano avanza coreando sus consignas. No se detiene. Ese caudal está integrado en su mayoría por mujeres jóvenes. Ante los destrozos, unas gritan: “¡No más violencia! ¡No más violencia!” Otras les responden: “¡Fuimos todas! ¡Fuimos todas!”.

La escena se repite una y otra vez a lo largo de las avenidas Juárez, Cinco de Mayo y el Zócalo. Con extraordinaria habilidad, las morras derriban las mamparas que resguardan negocios y monumentos públicos. En unos cuantos puntos, lanzan cocteles molotov. En largos tramos las policías actúan con mesura, contienen y se repliegan. Aguantan incluso que pinten en sus escudos símbolos de mujeres y del anarquismo de colores rosa y violeta. En otros, tratan de dispersar a las colectivas echando mano de extintores y gases.

Los grupos de acción directa actúan descentralizadamente. Imposible saber si están coordinados. Son numerosos. Las jóvenes que los forman se desplazan con rapidez por los flancos de la manifestación, protegidas por la multitud, aunque a veces encaradas por otras mujeres. Su mensaje es potente: “Los muros se despintan; las muertas no regresan”.

Sin embargo, más allá de lo llamativo o alarmante de esta violencia sobre las propiedades (especialmente bancos y empresas trasnacionales), de la intervención de edificios públicos y monumentos con pintadas, de la volcadura de una camioneta en el Zócalo o del intento de prender fuego a la puerta Mariana de Palacio Nacional, lo relevante de la manifestación del 8 de marzo en la Ciudad de México no son los operativos de acción directa.

Lo sobresaliente es la masiva toma de las calles por decenas de miles de mujeres, ataviadas en su mayoría con paliacates verdes y blusas moradas (que, desde las alturas se confunden con las jacarandas en flor), para denunciar la violencia de género, la inseguridad en la que viven por el 
solo hecho de ser mujeres y reivindicar el derecho a decidir sobre su cuerpo. Tres acciones resaltan de las más de seis horas de la jornada de lucha.

Primera, el ejercicio de memoria contra el olvido de parte de madres y familiares de desaparecidas y asesinadas hacia sus descendientes, condensado en el mitin frente a la antimonumenta contra el feminicidio, colocada hace un año frente al Palacio de Bellas Artes, para recordar que en México la justicia sigue ausente...