La Jornada, 24 de marzo de 2020
El 13 de abril de2012, el rey de España Juan Carlos de Borbón, tropezó en Botsuana, se rompió la cadera y se abolló la corona. El traspié inició el declive político que culminaría con su abdicación al trono. El monarca se encontraba en ese país africano acompañado de su amante en un safari para cazar elefantes.
Matar elefantes no es un delito en varios países africanos. Cada año son ultimados en el continente 35 mil paquidermos, en promedio uno cada 15 minutos. Esta cifra, a la que hay que agregar la mortalidad natural, rebasa ya la tasa de natalidad de los elefantes, que se encuentran en peligro de extinción.
Esos paquidermos –explicaba Alejandro Nadal Egea, fallecido el pasado 16 de marzo– no son cazados, en realidad son asesinados. Son animales que viven en sociedad, muy inteligentes, con una forma de vida ejemplar, excepcional en el reino animal, de los que debemos aprender. Sufren por sus muertos, tienen una historia. Una matriarca –por ejemplo– puede recordar el ojo de agua al que condujo a su familia hace 30 años.
La opinión de Alejandro no era ni improvisada ni romántica. Él era un gran conocedor de la vida de los paquidermos, del comercio de marfil y de la biodiversidad. Sus aportaciones junto a Francisco Aguayo fueron centrales en desenmascarar el mito de que la legalización del comercio de la vida silvestre es una solución para proteger a especies en peligro de extinción. Denunció la falsedad, sostenida en algunos ámbitos “ambientalistas”, de que legalizar este negocio sirve de freno a las transacciones ilegales porque “bajan los precios”. Mostró cómo el comercio legal aumenta el ilegal y la caza furtiva, ya que la demanda real de estos bienes es superior al suministro lícito. Peor aún, le sirve de cobertura (https://bit.ly/3aanISV).
Según Nadal, el millonario comercio de marfil que se encuentra detrás del asesinato de miles de elefantes es una metáfora del carácter depredador del capitalismo, que busca transformar en espacio de rentabilidad cualquier cosa que se le atraviese. En los hechos, la única utilidad del marfil es como símbolo de estatus. Con él no se elabora algún sofisticado dispositivo tecnológico ni una medicina sanadora.
Es, además, un negocio íntimamente vinculado al comercio de esclavos. Ahora se habla de China –decía–, pero en el siglo XIX Europa fue el gran mercado de marfil. ¿De dónde venía? Los elefantes estaban en la sabana, tierra adentro, no en los puertos de África. Los negociantes debían ir hasta allá a matar al animal, quitarle los colmillos y transportarlos. Lo hicieron a través del comercio de esclavos. El traslado de marfil se hizo a lomo de esclavo, de su sangre y explotación...