La Jornada, 11 de mayo de 2021
En una nación en el que el Ejército es recordado por reprimir la huelga ferrocarrilera de 1959, asesinar al líder campesino Rubén Jaramillo en 1962, masacrar y detener estudiantes en 1968 y orquestar la guerra sucia, la vida y trayectoria del general José Francisco Gallardo muestra que no todo está perdido en las fuerzas armadas.
En un país en la que la milicia desaparece luchadores sociales, viola mujeres en Guerrero, como Valentina Rosendo e Inés Fernández, promueve grupos paramilitares como parte de la guerra de contrainsurgencia en Chiapas y se involucra con el narcotráfico, la lucha del general Gallardo por el respeto a los derechos humanos y de un ombudsman militar en México es una luz de esperanza en la oscuridad del camino.
A lo largo de su carrera, el general vio hechos similares. Uno, particularmente, lo marcó profundamente.
A fines de verano de 1970, mientras servía en Jalisco con el grado de teniente, no obstante que ningún reglamento estipula que se puedan retener civiles en los cuarteles, recibió en prevención a un grupo de estudiantes de la Universidad Autónoma de Guadalajara. Tenían entre 18 y 25 años. Provenían del Cuartel General de la 15a Zona Militar. Eran sospechosos de pertenecer al Frente Estudiantil Revolucionario.
Los jóvenes fueron metidos a la bartolina (un calabozo estrecho y oscuro). El entonces teniente Gallardo giró instrucciones para que los sacaran de allí, se bañaran, les dieran cobijas y alimentación. A los muchachos les aseguró: “mientras yo esté de servicio, no les va a pasar nada”.
Pasadas las 2 de la madrugada, un mayor, vestido de civil, llegó al cuartel a llevarse a los detenidos sin orden por escrito. Gallardo, respetando el reglamento, se negó a entregarlos, no obstante de las amenazas del mayor de arrestarlo. Al terminar su turno, su relevo traspasó a los estudiantes al jefe de convoy, a pesar de ir vestidos de civil y conducir vehículos particulares.
Una semana después, a través de la radio comercial de Chapala, se enteró que los estudiantes habían sido lanzados al Lago de Chapala desde un avión de la fuerza aérea perteneciente a la base militar de Zapopan, después de adormecerlos con droga para caballo y ejecutarlos.
A su entrada al Colegio Militar en 1963, Gallardo vivió en carne propia abusos. “Desde cadete –escribió– me di cuenta de la corrupción que había”. Todo tenía un costo: peluquería, rancho, exámenes, órdenes de arresto. En la potreada recibió golpes y malos tratos, para obligarlo a renunciar a sus principios y moral. Cuando tomó el arma de caballería le propinaron 50 sablazos. De esa experiencia brutal se enseñó a soportar el dolor. A pesar de ser el primer lugar en su generación y de que le correspondía ser sargento 1º de cadetes, le dieron el cargo al hijo de un militar influyente...