Rosario Ibarra: elogio a la intransigencia

La jornada, 02 de septiembre de 2003

Sucedió hace 25 años. José López Portillo despachaba en Palacio Nacional. Aunque casi 500 personas habían desaparecido desde 1970 a manos del Ejército y la policía política, la mayoría de los medios de comunicación guardaban silencio. A pesar de la represión a movimientos sociales y dirigentes políticos y de que las cárceles estaban llenas de presos de conciencia, en los discursos oficiales se hablaba de México como un país de libertades y democracia.

Aconteció hace un cuarto de siglo. Nadie que no perteneciera al PRI podía manifestarse en el Zócalo. El espacio simbólico de la plaza mayor pertenecía, desde 1968, al poder. Las marchas eran detenidas por cordones policiacos al llegar a las calles de Madero. Pero el 28 de agosto de 1978, un grupo de 64 mujeres y cuatro hombres instaló en la Catedral Metropolitana una huelga de hambre. Exigían la presentación con vida de sus familiares desaparecidos y una amnistía.

Allí estaba Rosario Ibarra de Piedra. Una mujer nacida en Saltillo, Coahuila, madre de familia a la que hacía tres años, el 18 de abril de 1975, le habían secuestrado y desaparecido a su hijo Jesús. Luchadora social, primera mujer candidata a la Presidencia de la República, precursora en la defensa de los derechos humanos y opositora consecuente, ella es, con mucho, una de las más importantes reservas políticas y morales con las que cuenta la izquierda mexicana.

Desde entonces doña Rosario ha protagonizado un largo, difícil y legítimo combate por la presentación de los desaparecidos políticos y contra la represión. Ha llevado adelante una guerra contra el olvido, contra el cinismo de quienes desean hacer de este asunto "borrón y cuenta nueva", contra la incomprensión de una parte de la izquierda que no considera importante esta causa, contra quienes creen que se puede resarcir un agravio de esta magnitud con indemnizaciones económicas, contra los que hacen de la simulación en la impartición de la justicia su modo de vida.

Sucedió hace cinco lustros. Unas decenas de familiares de opositores políticos secuestrados por el aparato represivo comenzaron un ayuno en el Zócalo de la ciudad de México. Querían hacer visible lo invisible, que se escuchara a quienes se les había quitado la voz. Se encontraron con la incomprensión de la izquierda. Una parte de esta corriente, la que con los años formaría el PSUM, consideró equivocada la medida, pues, según ellos, se ponía en peligro la reforma política. Otra, la que después fundaría el PT, le hizo el vacío, ya que consideraba que la distraía de su tarea central: la formación de organizaciones de masas. Otra más, la que provenía del Procup y daría vida más adelante al FNDP, prefirió organizarse de manera paralela y hasta enfrentada.

Todos ellos pensaban que Rosario Ibarra era una intransigente, de la misma manera que también la consideran intransigente los políticos de todo tipo que desfilan por la administración pública. Es que ella y las doñas del Comité Eureka se niegan a negociar a sus desaparecidos. Y cada vez que desde el gobierno se hace un anuncio sobre la posible solución a sus demandas, como sucedió con la Fiscalía Especial para Desaparecidos, creada durante la administración de Vicente Fox, desconfían de su alcance y sinceridad...