La jornada, 09 de septiembre de 2003
La Organización Mundial de Comercio (OMC) se encuentra al borde de un ataque de nervios. En el tema agrícola, asunto central de su quinta reunión ministerial, no hay acuerdo. Y como ha señalado Carlos Pérez del Castillo, quien preside el consejo general de este organismo, "si no hay un avance importante en agricultura, Cancún se cae".
Tan grande es el pánico, que los tres mosqueteros de la globalización neoliberal -Banco Mundial, Fondo Monetario Internacional y Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE)-, todos a una, hicieron un llamado a romper con las políticas comerciales que dañan el desarrollo económico e instaron a los países ricos a reducir los subsidios agrícolas (La Jornada, 6 de septiembre de 2003). Estos organismos multilaterales no son los únicos en atacar las subvenciones agrícolas. Muchos gobiernos, el de México en primerísimo lugar, ven en ellas la causa de todos los males. Olvidan que la actividad agrícola necesita apoyos y que una disminución de éstos en los países desarrollados no creará necesariamente mejores condiciones de competencia para los países pobres.
Los subsidios a la agricultura son necesarios por multitud de razones. No hay actividad económica más incierta que la producción de alimentos. El clima, las plagas, la inestabilidad de los mercados provocan zozobra. Los subsidios se requieren para dar al productor certidumbre en sus ingresos. Además de cultivar alimentos, en la sociedad rural se concentra un conjunto de bienes que los mercados no valoran: medio ambiente sano, agua, biodiversidad, recreación y cultura. El conjunto de la sociedad (no sólo los campesinos) debe absorber los costos del cuidado y reproducción de esos bienes. Las subvenciones son necesarias también porque la producción agroalimentaria es una actividad estacional, pero quien la hace posible necesita vivir todo el año, y por las enormes desigualdades que existen en la riqueza y vocación productiva de la tierra y los recursos naturales destinados a sembrar o a criar animales.
Ciertamente, subsidios como los destinados a la exportación tienen un efecto pernicioso sobre las naciones con economías débiles. Sin embargo, quienes promueven la desaparición indiscriminada de subsidios pretenden ignorar que el problema central para los países pobres no está allí, sino en el dogma de que la liberalización del comercio brinda beneficios a todo el mundo y es buena de por sí. Esconden el hecho de que las naciones desarrolladas imponen a las importaciones agrícolas del sur aranceles de ocho a diez veces más altos que a los bienes industriales.
Más que la disminución de los apoyos internos a los productores rurales, lo que los países en desarrollo necesitan son mejores instrumentos para proteger y promover su propia producción de alimentos. Sin negar la importancia que tiene el acceso a los mercados de las grandes potencias, lo relevante es recuperar la soberanía alimentaria...