
NOCHIXTLÁN EN LAS BARRICADAS
LOS NIÑOS DE NOCHIXTLÁN
Cuando el helicóptero sobrevuela Casa Xitla, en el sur de la Ciudad de México, los niños de Nochixtlán que temporalmente se hospedan allí corren despavoridos a esconderse. El sonido del pájaro de hierro sobre sus cabezas revive el miedo y la desesperación que vivieron en su pueblo el 19 de junio de 2016, cuan do la policía masacró a sus familiares y paisanos. A pesar del tiempo transcurrido los pequeños no olvidan lo sucedido. La violencia policial aparece en sus dibujos y en sus sueños, en sus conversaciones y en su futuro. Cuando sea grande, cuenta uno de los niños, quiere ser policía para matar a los uniformados que gasearon y machacaron a palos a sus familiares.
Ese 19 de junio, 67 pequeños vieron a sus papás salir a defender a su pueblo de la agresión de los gendarmes y luego correr a esconderse. Durante días, en la explanada del templo de Nochixtlán, dos cartulinas tenían los nombres de los menores que perdieron a sus padres en el ataque de la Policía Federal (PF).
Ese día, en la humilde colonia 20 de Noviembre, que no cuenta con agua ni con electricidad, unos 30 uniformados lanzaron gases contra viviendas construidas de láminas, cartón, latas y escasos materiales. Allí estaban 67 niños, ninguno mayor de 11 años. Los pequeños, sentados en una colchoneta, narraron a Arturo Cano cómo se ahogaban y vomitaban con el humo d e los lacrimógenos.
Uno de ellos le platicó cómo escuchaban vociferar a los policías: "Vénganse por acá, aquí van a tener su chinga". Otro le contó que gritaban groserías y provocaban a los maestros. Uno más describió cómo usaron sus pistolas y empezaron a matar gente. Y otro le dijo que aventaron una cosa redonda detrás de una casa, que explotó, sacó lumbre.
Aunque la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) sólo reconoce como damnificados a 47 niños refugiados en Sinaxtla, en total fueron victimas directas de la agresión policiaca 67 menores . El daño psicológico que sufrieron está a flor de piel. A la cuenta de damnificados infantiles hay que sumarle la de los hijos de los asesinados y discapacitados por la agresión policial. A partir de ese 19 de junio, sin alguien que lleve el sustento a su casa, ellos y sus madres tendrán que trabajar para ganarse la vida.
Los niños plasmaron en dibujos sus pesadillas, temores y vivencias. Cada ilustración es un mundo. Con trazos sencillos y colores vívidos recrearon los disparos de las policías, las balas de los gendarmes camino a los cuerpos de los pobladores, los asesinados yaciendo en el piso, los helicópteros volando, un joven con la bandera nacional en alto enfrentando a los uniformados.
La masacre de Nochixtlán dejó un saldo trágico de ocho civiles asesinados, alrededor de 100 heridos de bala, 150 víctimas directas y entre 300 y 400 indirectas. Quienes sufrieron lesiones mayores, quienes aún tienen balas en el estómago, ¿de qué vivirán ahora? Ciertamente no de cultivar el campo.
En su inmensa mayoría, las víctimas de Nochixtlán son gente humilde, que vive sin ahorros y con muy pocos recursos. Ante la negativa gubernamental de brindarles atención médica y ante el miedo a ser perseguidos, debieron gastar sus pocos ingresos en curarse de mala manera con médicos particulares.
Dolor sobre dolor, tragedia sobre tragedia, los familiares de los ocho asesinados sufren hoy no sólo la pérdida de un ser querido, sino una pesada deuda económica. Enterraron a sus difuntos como la tradición manda, dando de comer a quienes durante días los acompañaron en su dolor. Un funeral así cuesta, al menos, entre 100 y 150 mil pesos, gasto que sólo puede solventarse con préstamos que deben pagarse a tasas de interés usurarias.
Decenas de esas víctimas se concentraron el 31 de julio de 2016 en la emblemática Plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco, con muletas y vendajes. Con rabia y coraje narraron a la prensa su dolor y le mostraron su heridas. "Aquí estamos -dijeron- ; tenemos nombre, tenemos rostro, tenemos miedo. Aquí estamos; hemos venido a exigir justicia, no dinero."...