El nuevo desorden institucional

La jornada, 30 de marzo de 2004.

Fugacidad, zozobra y desorden parecen ser las señas de identidad de la vida política nacional contemporánea. La incapacidad del Ejecutivo para llevar adelante sus propuestas de reforma, la sucesión presidencial adelantada, la imposibilidad de contar con mayorías estables para trazar el rumbo de la nación, los pleitos en las elites y el temor de los poderosos a la irrupción de los de abajo en el gobierno de su propio destino, son el sello de la época.

Aunque faltan poco menos de tres años para que Vicente Fox abandone la Presidencia, su capacidad de maniobra es escasa. Y lo que es peor, cada día se reduce más. Su iniciativa para reformar el Instituto Mexicano del Seguro Social se topó con la combativa resistencia de los trabajadores de ese órgano. Su pretensión de fracturar al PRI y construir una mayoría parlamentaria fracasó estrepitosamente. Las reformas laboral, hacendaria y eléctrica prácticamente no tienen posibilidades de avanzar.

Para justificar sus iniciativas, el Ejecutivo ha puesto en marcha campañas en la opinión pública para desacreditar al Legislativo y a los partidos de oposición. Por supuesto, muchas de las imputaciones que se les hacen son ciertas. Salvo excepciones notables, en el conjunto de la clase política campea la corrupción, la ausencia de rendición de cuentas y el tráfico de influencias. Pero estas acusaciones no buscan corregir esos errores, sino desprestigiar a la oposición por no sumarse a las iniciativas de Los Pinos.

Durante estos recientes tres años se ha producido una tenaz movilización social. Centenares de protestas de indígenas, campesinos, trabajadores, pobres urbanos, mujeres, defensores de derechos humanos, ecologistas han surgido en todo el país enarbolando todo tipo de demandas. Muchas se han radicalizado. Con frecuencia han desbordado los canales institucionales para atenderlas. Algunas, incluso, han decidido darse sus propias formas de gobierno. El pobrerío anda alborotado y las elites cada vez más temerosas con ese alboroto.

El malestar social se ha expresado electoralmente de dos formas. De un lado, a través de una masiva abstención. Los comicios federales de 2003 fueron testimonio directo de este descrédito. Del otro, por medio de una difusa simpatía hacia Andrés Manuel López Obrador. Diversas encuestas dan cuenta de ello. Y los señores del dinero están preocupados por la consolidación de esa corriente electoral.

En estas circunstancias ningún acontecimiento político, por grave que sea, permanece mucho tiempo en la agenda pública. Un escándalo tapa a otro. Su vida es fugaz...