Veinte años, veinte

La jornada, 14 de septiembre de 2004

En la larga caravana de vehículos que acompañó la marcha zapatista de febrero de 2001, los medios de comunicación se diferenciaron del resto del grupo colocando sobre los parabrisas de sus coches y camionetas improvisados letreros que decían: prensa.

La señal de identidad, necesaria para abrirse paso, no siempre resultó conveniente. Invariablemente, cuando el convoy se detenía en pueblos y ciudades de entre la multitud surgían quejas y denuncias. "Prensa vendida, digan la verdad", se escuchaba una y otra vez.

Curiosamente, cuando sobre el improvisado rótulo de "prensa" los reporteros de La Jornada pusieron otro que anunciaba al periódico, la situación cambió drásticamente.

Los abucheos se convirtieron en aplausos y expresiones de simpatía. Los reclamos no desaparecieron, pero modificaron su naturaleza: exigían que llegaran más ejemplares del diario a sus localidades y a buena hora.

La anécdota no es una excepción, sino un hecho bastante común. Los he escuchado frecuentemente a lo largo de estos últimos años en foros, conferencias y encuentros en el interior del país y el extranjero. Distinguidos intelectuales progresistas estadunidenses, europeos y latinoamericanos dicen con cierta nostalgia y no por cortesía: ¡ojalá tuviéramos un periódico así en nuestro país! Muchos lo leen diariamente, e incluso es su página de inicio en Internet.

En un mundo globalizado, La Jornada se ha convertido en un periódico internacional. El año pasado su sitio web tuvo más de 537 millones de consultas, y de ellas más de la mitad provino de países como Estados Unidos, Italia, España y Francia. Esta cifra no incluye los cientos de notas y artículos publicados en el diario que diversas páginas de Internet incorporan a su programación. Los navegantes buscan informarse del conflicto de Chiapas, pero también de cómo ha cambiado el mundo a raíz del 11 de septiembre y encuentran en este medio un canal creíble.

Y es que en las páginas de La Jornada pueden leerse lo mismo reportajes de sus corresponsales en ciudades clave, con un enfoque muy difícil de encontrar en otros medios, que artículos de escritores como Noam Chomsky o Robert Fisk, que no pueden leerse en la prensa escrita de Estados Unidos. Ello no es casualidad. No en balde una parte de quienes dirigen y hacen el diario se formaron como corresponsales de guerra en los conflictos centroamericanos y como reporteros del México de salario mínimo.

La relación de los lectores de La Jornada con el diario es viva y de intercambio recíproco. Quienes lo consultan son, o han sido además, parte de movimientos sociales y políticos. Así ha sido desde su nacimiento. No es gratuito que su audiencia haya crecido al calor de grandes conflictos sociales: los sismos de 1985, el movimiento del CEU, las guerras del Golfo, el fraude electoral de 1988, el levantamiento zapatista, el asesinato de Colosio, el conflicto de Atenco, etcétera. Ante el reciente conflicto en el IMSS, los trabajadores y médicos colocaron en sus unidades médicas y administrativas fotocopias de artículos y reportajes aparecidos en el periódico...