La jornada, 05 de octubre de 2004
Hay una parte de México que no cabe en sus instituciones. Son más de 60 millones de mexicanos que viven en la pobreza sin más horizonte que seguir subsistiendo en esa condición. Son los sobrantes del neoliberalismo.
Se trata de una franja de la nación real cuya realidad no es registrada en las versiones oficiales sobre nuestra realidad. Una porción del país de la que la mayoría de los políticos se acuerda sólo cuando hay elecciones, cada tres años. Un trozo de la patria al que los tecnoburócratas quisieran eliminar para que sus cifras macroeconómicas cuadren como su catecismo manda.
Y esa enorme porción del país expulsada de los beneficios del desarrollo y de la representación política genuina está llegando a una situación límite. Esta nación no será gobernable si se mantiene tanta segregación de tantos. Construir un México donde quepamos todos requiere de una gran reforma que propicie la inclusión de quienes han sido excluidos.
Ello no puede hacerse sin poner un alto al fundamentalismo de mercado. Tener presente lo que el premio Nobel Joseph Stiglitz ha recomendado a México: "no busquen -escribió- una mítica economía de libre mercado, que nunca ha existido. No sigan las recomendaciones de los intereses especiales de Estados Unidos, ni en el ámbito corporativo ni en el financiero, porque, aunque predican el libre mercado, en casa dependen del gobierno para alcanzar sus objetivos".
La política debe retomar el puesto de mando de la economía. Fomentar el desarrollo del mercado interno, promover el empleo con calidad, recuperar el valor del salario real, defender la soberanía alimentaria, reconstruir las redes de bienestar social y preservar la soberanía nacional no pueden ser metas a las que la nación deba renunciar.
Por el contrario, son elementos centrales de una reforma económica sin la que cualquier transformación política resultará cosmética.
El dramaturgo alemán Bertolt Brecht preguntaba hace más de 70 años: "’¿Qué es robar un banco comparado con fundarlo?" En México, después del Fobaproa, podemos legítimamente interrogarnos: ¿qué es robar un banco comparado con su rescate? Una reforma económica progresiva supone, necesariamente, renegociar radicalmente los términos del salvamento bancario.
No se trata de regresar al pasado. A 19 años de vivir y padecer las políticas de ajuste y estabilización, el neoliberalismo es el pasado en el que no se puede seguir viviendo. Sólo deshaciéndose de ese lastre se puede reconstruir un país cada vez más cerca de toparse con sus propias ruinas...