La jornada, 28 de diciembre de 2004
Horacio Labastida poseía el don de la palabra. Daba igual si impartía una clase, escribía un artículo periodístico o charlaba. El maestro tenía una capacidad de comunicación formidable.
Durante los últimos dos años y medio fue un asiduo conferencista en el foro de la Casa Lamm. Habló allí lo mismo sobre Cuba que de Estados Unidos o los movimientos altermundistas. En sus charlas utilizaba todo tipo de recursos narrativos para transmitir su mensaje. Lo mismo contaba anécdotas personales con las que ilustraba amenamente pasajes de la vida política reciente del país, que recurría a la historia de México para extraer de ella lecciones sobre el quehacer público necesario.
Desde que pronunciaba sus primeras palabras lograba atraer la atención del auditorio. Y no la perdía. Usualmente no llevaba sus conferencias previamente escritas, pero ello no era un obstáculo para desarrollar sus temas con rigor, precisión y en el tiempo establecido. Con frecuencia comenzaba sus intervenciones recomendando la lectura de los clásicos del marxismo explicando su pertinencia intelectual. Algo poco usual en estos tiempos. El público invariablemente lo premiaba con fuertes ovaciones al concluir, y a menudo interrumpía su exposición para aplaudirle.
Sus artículos periodísticos, publicados en La Jornada cada viernes, son ejemplo de un estilo editorial desafortunadamente en desuso. El maestro Labastida abordó regular y valientemente los asuntos más candentes de la política nacional: el zapatismo, la pretensión de desaforar a Andrés Manuel López Obrador, el avance de la derecha, el asesinato de Digna Ochoa y los desatinos de la política exterior hacia Cuba. Y analizó cada uno de estos acontecimientos con las herramientas de la historia de México, el derecho, y los clásicos griegos y romanos, disciplinas de las que era gran conocedor. Notables son también sus textos centrados en pensadores como Luis Villoro, Gerard Pierre-Charles, y Henrique González Casanova. Sus escritos terminaban siendo pequeños ensayos -pequeños por su tamaño, no por su contenido- llenos de fuerza y sentido de la historia. Una aportación real para comprender una época volátil y cambiante.
Conversar con él era un placer. O más bien habría que decir que escucharlo era un gozo. Sencillo, atento, de maneras suaves, Horacio Labastida tenía siempre tanto que decir, y lo decía de manera tan amena e inteligente que, invariablemente, lo mejor que uno podía hacer cuando se encontraba con él era escuchar.
Hijo de la Ilustración y de la Revolución Mexicana, hombre de izquierdas, patriota, simpatizante de la Revolución Cubana, defensor de la causa zapatista, el maestro Labastida tenía ideas y luchó por ellas. Algo no muy común en la vida pública del país. Como nos recordó Octavio Rodríguez Araujo en estas mismas páginas, perteneció a una muy notable generación de universitarios que incurrió en la política y la academia y que terminó, derrotada, renunciando al PRI, "del cual se sentían orgullosos entre los años 50 y principios de los 80 del siglo pasado"...