La jornada, 02 de agosto de 2005
Los vecinos de la colonia Del Valle en la ciudad de México llaman a las oficinas de la Secretaría de Agricultura (Sagarpa) La Borrachita, porque siempre está tomada. Casi no pasa semana sin que grupos de campesinos provenientes de los rincones más distantes del país lleguen en autobuses alquilados, cierren las calles aledañas, bloqueen las puertas de acceso y exijan ser recibidos por funcionarios competentes para resolver sus demandas.
Los labriegos acompañan sus protestas con acciones que buscan llamar la atención de los transeúntes y de la prensa nacional. Es común que productores de piña vendan el fruto traído directamente desde Loma Bonita a los automovilistas a precio de ganga, mientras esperan que se resuelvan sus peticiones. Hace menos de una semana, miles de cañeros descargaron frente al edificio de la dependencia dos camiones repletos de bagazo. Y una organización rural del estado de Oaxaca sacrificó una vaca a las puertas de la dependencia, horrorizando a los grupos protectores de animales.
Sin embargo, las copiosas y generalizadas expresiones de inconformidad de los campesinos parecen ser inexistentes para las autoridades gubernamentales. No se explica de otra manera que el presidente Vicente Fox haya declarado los últimos días de julio como "la semana nacional del campo", y que precisamente en ésta diera por terminado el rezago y el coyotaje en el medio rural y asegurara que el "sentido empresarial" había creado una "nueva ciudadanía."
Nadie puede acusar al Presidente de la República y a su secretario de Agricultura de no conocer la vida rústica. Y no sólo porque al mandatario le guste calzar botas vaqueras. El campo es su campo. Los negocios y fortunas de ambos están asociados al agro. Tanto así que el secretario Javier Usabiaga, prohombre de los cultivos "modernos", lleva por apodo El Rey del Ajo, y es todo un experto en acaparar cosechas, rentar parcelas ejidales, sobrexplotar mantos freáticos, destrozar tierras por el uso intensivo de agroquímicos y contratar en sus ranchos a trabajadores menores de edad.
Pero toda esta sabiduría campirana y empresarial no ha podido evitar los pobres resultados que la política agrícola ha tenido. Si no fuera por el dinero que llega de las remesas de quienes han emprendido el éxodo a Estados Unidos y el dinero que riega el narcotráfico, sea produciendo estupefacientes o lavando sus ganancias, la situación sería mucho más grave de lo que de por sí es. A los narcos, se sabe, les gusta disfrazarse de prósperos agricultores o ganaderos, y la prosperidad de sus ranchos poco tiene que ver con su productividad real, pero parecen no tener empacho en habilitar cosechas en las zonas de riego. Y las cuentas alegres que ofrecen nuestros funcionarios cuando hablan del éxito de nuestras exportaciones agropecuarias provienen, en mucho, del éxito del tequila y la cerveza mexicana en el extranjero...