La Jornada, 15 de diciembre de 2009
Entre diciembre de 1979, fecha en que se fundó la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE), y diciembre de 2009 han pasado muchas cosas en el magisterio nacional. La prensa nacional ha dado cuenta de algunas transformaciones, pero sólo de unas cuantas. El profundo cambio que se ha operado en el gremio supera, con mucho, las pequeñas notas periodísticas que dan cuenta de sus paros, manifestaciones y de los dislates de Elba Esther Gordillo.
En las tres décadas recientes el peso de los trabajadores de la educación pública en la sociedad ha disminuido; la imagen del maestro en la opinión pública se ha deteriorado; la profesión magisterial se ha precarizado, al tiempo que han sido registrados más de una docena de sindicatos independientes en varias entidades el país. Irónicamente, la fuerza que ha adquirido el cacicazgo del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE) quizá es mayor de la que tuvo en su mejor momento Carlos Jonguitud Barrios, quien estuvo al frente del gremio de 1972 a 1989.
En 1979 la docencia había perdido mucho del lustre que mostró durante el cardenismo, pero era aún una actividad valorada socialmente. Los profesores de primaria en zonas rurales seguían siendo los intelectuales orgánicos campesinos (o, en algunos casos, sus caciques). Una parte de los profesores urbanos habían adquirido doble plaza, con lo que sus ingresos se habían estabilizado. En muy distintos niveles, la burocracia política tenía en ellos un semillero de cuadros.
Treinta años más tarde, la imagen de los mentores y la educación pública han sido fuertemente erosionadas por una feroz campaña de la derecha empresarial. Los maestros –aseguran los think tanks conservadores y sus medios de comunicación– son flojos, privilegiados, conflictivos, burros, pendencieros, corruptos, e, incluso, violadores de niños. La educación pública, afirman, es un desastre...