La última carcajada de Francisco Franco

La Jornada, 13 de abril de 2010

El de la voz declara, en pleno uso de sus facultades mentales, que es mexicano por nacimiento, hijo de exiliados republicanos, y que carece de pasaporte español, pero que, muy probablemente, debido a que a lo largo de su vida escolar cantó durante años, cada lunes por la mañana, el Himno de Riego y saludó la bandera de la República española, con los colores rojo, amarillo y morado, junto a la mexicana verde, blanco y rojo, le parece que es una canallada la pretensión de proceder judicialmente contra el juez Baltasar Garzón por el delito de prevaricación en su intento de juzgar los crímenes del franquismo.

Asimismo reconoce, para que nadie se llame a engaño, que el 20 de noviembre de 1975, junto con sus compañeros, amigos y familiares, descorchó jubiloso las botellas de cava que llevaban varios días enfriándose para celebrar la muerte del generalísimo. Que durante su juventud escuchó cómo los dedos índices de varios refugiados disminuían paulatinamente de tamaño de tanto golpear la mesa asegurando que este año se muere Franco. Que en esa fecha había motivos suficientes para festejar no obstante que el chacal murió en la cama, pues su régimen había entrado en declive desde el ajusticiamiento de Carrero Blanco y las luchas por la democracia en las calles y las fábricas. Que le dio enorme risa enterarse de que a las 10 de la mañana de ese día un lloroso Carlos Arias Navarro leyó en televisión española el testamento del dictador, en el que advertía: No olvidéis que los enemigos de España y de la civilización están alerta. Y que nunca sintió nostalgia de una patria que no era la suya, sino de una causa a la que todavía no le llega la hora porque en su lugar se instaló una monarquía: la restauración de la República española.

El declarante asegura que la figura de Baltasar Garzón le resulta incómoda y ambigua, pero que no puede dejar de reconocer positivamente la intención del juez de dar satisfacción, desde el ejercicio jurisdiccional, a familiares víctimas de la Guerra Civil y de la dictadura de Francisco Franco que no aceptan que los restos de sus ancestros sigan sin identificar en fosas comunes. En España –no se puede olvidar– hay más de 120 mil desaparecidos.

Se le complica evaluar la trayectoria del togado porque, mientras para unos es un desinteresado luchador contra la injusticia y el terrorismo que merece recibir el Premio Nobel de la Paz, para otros viola derechos humanos elementales y realiza su labor con exhibicionismo y de manera sesgada, particularmente en el caso del País Vasco. Los defensores de ambos puntos de vista han presentado evidencias que apuntalan su dicho...