La Jornada, 04 de septiembre de 2012
El verdadero informe de gobierno de Felipe Calderón no fue el que hizo llegar al Congreso de la Unión este 1º de septiembre, sino el que rindió ante embajadores, gobernadores y funcionarios del gobierno federal el pasado 19 de abril. Su sexenio, les confesó en un acto público, estuvo marcado por el sello del infortunio.
En esa fecha, ante el incremento de la la actividad volcánica de Don Goyo, el mandatario tuvo un arranque de sinceridad y compartió con el país su balance de su sexenio. Ya sólo falta –dijo– que haga erupción el volcán para completar el cuadro de calamidades que ha enfrentado mi administración, entre las que se encuentran: la peor crisis económica, la epidemia de influenza A/H1N1, inundaciones, sequías, por no citar desde luego la virulencia, la irracionalidad, la brutalidad de la delincuencia que afecta principalmente las actividades de comercio.
Y, aunque la lista omitió predecir la llegada a Los Pinos de Peña Nieto, no le falta razón al jefe del Ejecutivo al describir sus seis años de gobierno como un periodo marcado por la catástrofe. Sin embargo, sus palabras omiten que esa calamidad no fue hechura de la diosa fortuna, sino producto de su pecado de origen: la ilegitimidad de su mandato.
Felipe Calderón asumió la Presidencia entrando al recinto legislativo por la puerta de atrás, entre enérgicas protestas, con un país dividido y enfrentado. Gobernó protegido por vallas, cercas, policías, militares y el silencio cómplice de la mayoría de los medios de comunicación. Termina su periodo dejando un México tanto o más fracturado y polarizado como el que existía cuando le fue colocada la banda presidencial.
El michoacano inició su gestión presidencial con una parada militar. El 3 de enero de 2007, en Apatzingán, durante su primera actividad pública ese año, se hizo retratar con uniforme de campaña, gorra de campo de cinco estrellas y el escudo nacional. Cuatro meses más tarde, el 8 de mayo, en la misma ciudad, la foto era una continuación de la del 3 de enero: elementos del Ejército, utilizando vehículos blindados y lanzagranadas, se enfrentaron a presuntos narcotraficantes.
El inquilino de los Pinos hizo de la guerra contra el narcotráfico el eje de su gobierno. Su afición por los uniformes castrenses, las fanfarrias y los actos públicos con las fuerzas armadas como telón de fondo fueron la marca de la casa. El combate al crimen organizado le proporcionó durante cierto tiempo una vía de legitimación que las urnas le negaron. La militarización de la política le dio las herramientas para administrar el país con medidas de excepción...