La Jornada, 31 de diciembre de 2013
En la comunidad Emiliano Zapata, en el caracol Torbellino de Nuestras Palabras, 30 familias zapatistas trabajan en colectivo. Poseen en común un cafetal, huertos de hortalizas y unas 350 cabezas de ganado. Sus pobladores no reciben apoyos gubernamentales de ningún tipo, pero su nivel de vida es mucho mejor que el de los poblados priístas a su alrededor.
En la comunidad hay una pequeña tienda comunal cuyas ganancias se destinan a las obras que el pueblo necesita. Allí, como en todas las otras regiones rebeldes, los recursos de las cooperativas sirven para financiar obras públicas como escuelas, hospitales, clínicas, bibliotecas o tuberías de agua.
Por todo el territorio rebelde florece un sistema autónomo de bienestar basado en una reforma agraria de facto que privilegia el uso comunitario de tierras y recursos naturales, en el trabajo colectivo y en la producción de valores de uso, y en prácticas de comercio justo en el mercado internacional.
En las zonas de influencia zapatista se ha ido derrotando la ley de San Garabato, que dicta que los campesinos deben comprar las mercancías que necesitan caro y vender sus productos barato. Sucede con frecuencia que los coyotes (intermediarios comerciales abusivos) se ven obligados a pagar a las bases de apoyo rebeldes por sus cosechas, ganado y artesanías precios más altos que los que ofrecen a los pobladores no organizados. Las cooperativas zapatistas han adquirido un verdadero enjambre de vehículos automotores para trasladarse y transportar su producción.
En las comunidades rebeldes se ha generado conciencia ambiental. En ellas se practica la agroecología y se ha ido desterrando el uso de fertilizantes químicos. Se efectúan trabajos para proteger los suelos. Hay una preocupación genuina y generalizada por conservar bosques y selvas.
Como señalan los autores del libro Luchas muy otras: zapatismo y autonomía en las comunidades indígenas de Chiapas: los retos de la sustentabilidad en la reproducción comunitaria subraya la tensión entre la necesidad de subsistir dentro de del esquema socioeconómico existente y el proyecto de transformación de dicho esquema. Lo que allí se perfila es, más que un modelo económico zapatista, un proceso endógeno y diverso de las prioridades de las comunidades, como alternativa al sometimiento a la lógica aplanadora del capital trasnacional...